Autor:
Ángel Ballesteros
Departamento de Física, Universidad de Burgos.
“Bellum ita suscipiatur, ut nihil aliud nisi pax quaesita videatur.”
La guerra debe emprenderse de tal manera que parezca que solo se busca la paz.
Cicerón, De Officiis, 1, 23, 80
Este es sin duda un artículo sobre el hecho más absurdo que pueda imaginarse. Porque no creo que exista algo que impacte más a nuestro raciocinio que caer en la cuenta de que la humanidad mantiene operativa una cantidad de armas nucleares suficiente para autodestruirse muchas veces, que seguimos empleando ingentes cantidades de dinero en mantener e incluso modernizar este arsenal, y que además los dirigentes de los países con armas nucleares (junto con algunos otros) siguen diciendo que estas armas resultan imprescindibles para garantizar la paz mundial pero que nunca se volverán a usar. Absurdo parece entonces dedicar tanto esfuerzo en algo tan peligroso y sin utilidad…
En mi opinión una de nuestras principales obligaciones como científicos es intentar aportar un poco de sentido común al mundo en que vivimos y, como ciudadanos responsables, promover todo lo que podamos el “sentido del común”. Por eso me parece importante poner este tema sobre la mesa, ya que junto al cambio climático constituye la otra amenaza existencial a que se enfrenta la humanidad. Además, como físico, uno no puede dejar de sentir cierta responsabilidad adicional cuando de armas nucleares estamos hablando.

Países con armas nucleares
Para empezar, recordemos que actualmente son 9 los países que poseen armas nucleares: Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Gran Bretaña, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. En conjunto estos nueve países poseen más de 13.400 cabezas nucleares, de las cuales unas 1.800 permanecen en estado de alerta máxima, es decir, listas para ser activadas y lanzadas en minutos.
Es conocido que las armas nucleares se utilizaron dos veces durante la guerra en 1945, sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Pero lo es mucho menos que desde entonces se tiene constancia de 2057 detonaciones nucleares producto de ensayos realizados, entre otros lugares, en las islas del Pacífico, en el interior de Australia, en el desierto de Nevada, en Argelia, en Corea del Norte o en Kazajstán.
Como resultado, más de 60 zonas del mundo se han convertido en inhabitables, y numerosas poblaciones próximas -en muchos casos pertenecientes a pueblos indígenas- han sufrido epidemias de cáncer y de otras enfermedades crónicas relacionadas. Es más, los 528 tests nucleares realizados en la atmósfera han generado una fuerza destructiva equivalente a 29.000 bombas de Hiroshima, y han dispersado sustancias radioactivas por todo el planeta, que se ha convertido en un gigantesco campo de maniobras.

Riesgo de conflicto nuclear
Tan sólo en Estados Unidos se han producido más de 1000 accidentes de diferente escala con su arsenal nuclear y al menos en 7 ocasiones, que sepamos, el mundo ha estado al borde de un conflicto nuclear a gran escala debido a algún tipo de accidente o malentendido. Todos los analistas coinciden en que nos encontramos en un momento con un riesgo de conflicto nuclear tan alto como en las peores crisis de la guerra fría. Esto es debido a la creciente inestabillidad internacional, incentivada en particular por los dirigentes de algunos de los estados nucleares, junto con el riesgo cada vez mayor de fallos en los sistemas de alerta y control de las armas nucleares, que están cada vez más expuestos a ataques informáticos y de seguridad.
Se estima que la energía liberada en el ensayo termonuclear de 50 megatones realizado en la alta atmósfera por la URSS el 30 de octubre de 1961 fue 10 veces superior a la del conjunto de todas las explosiones que habían sucedido hasta el momento en todas las guerras libradas a lo largo de la Historia, incluyendo todos los bombardeos masivos de la Segunda Guerra Mundial y las dos bombas nucleares lanzadas sobre Japón. Para hacernos una idea de lo que significa una explosión nuclear, recomiendo este video en el que se describe el efecto de una única bomba nuclear sobre una ciudad (se pueden poner subtítulos en español):
Consecuencias de las armas nucleares
Es importante destacar que las armas nucleares atentan desde su propia concepción a los principios humanitarios más elementales, porque su destinatario es directamente la población civil. Más aún, las consecuencias devastadoras de las armas nucleares son de carácter planetario, ya que sabemos que cualquier detonación nuclear, accidental o deliberada, provocará una catástrofe humanitaria y ecológica de consecuencias imprevisibles. Accidentes como los de Chernobil y Fukushima así nos lo demuestran, a pesar de que no pueden compararse en intensidad con una única deflagración nuclear.
Un estudio reciente muestra que un conflicto nuclear entre India y Pakistán (que según los analistas sería lo más probable en este momento) no solo causaría millones de víctimas directas, sino que alteraría el clima global y la agricultura durante más de 20 años, poniendo en situación de hambruna letal a 2000 millones de personas, muchas de ellas muy lejanas a los lugares en los que se produjeran las explosiones. Además, una crisis global de este tipo aumentaría exponencialmente las tensiones internacionales y, consecuentemente, la probabilidad de generación de más conflictos armados, quizás también nucleares.

En resumen, no tiene ningún sentido que sigamos viviendo bajo este riesgo existencial global. Y si además pensamos que el gasto originado por el arsenal nuclear supone más de 116.000 millones de dólares al año, la irracionalidad es todavía más escandalosa. Todo ello sin tener en cuenta el coste incalculable en cuidados sanitarios y en daño medioambiental que ya han supuesto todas las detonaciones nucleares realizadas hasta el momento.
La ilegalización de las armas nucleares
Afortunadamente, parece que la sociedad mundial va tomando conciencia de que tenemos que hacer algo, y pronto. De hecho, al menos ya podemos decir que las armas nucleares son ilegales. Al igual que desde hace muchos años son ilegales las armas químicas y las armas bacteriológicas, desde el 22 de enero de 2021 las armas nucleares lo son también según el derecho internacional humanitario, aunque pocos son los medios de comunicación que han recogido esta noticia con la amplitud que merece. Y lo son porque ese día ha entrado en vigor el Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), cuyo texto fue aprobado en Naciones Unidas por más de 120 países en 2017 (España no fue uno de ellos).
El trabajo realizado desde 2006 en la gestación y ratificación del TPAN hizo merecedor del Premio Nobel de la Paz de 2017 a la Campaña Internacional por la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN), premio que recogió Setsuko Thurlow, una de las Hibakusha (supervivientes de Hiroshima y Nagasaki) todavía vivas. Tras tres años de intensa actividad diplomática y de movilizaciones en todo el mundo, a finales de 2020 se consiguió llegar a la cifra de 50 países que habían ratificado el Tratado (nuestro país tampoco está en esta lista), lo cual implicaba su entrada en vigor en enero de 2021. La sobrecogedora historia de Setsuko Thurlow puede escucharse en esta entrevista, que nos permite acercarnos a la vida de una víctima, convertida en compromiso por conseguir la eliminación total de estas armas. Como dijo en su discurso de recogida del Premio Nobel, la esperanza es que este tratado signifique “el principio del fin de las armas nucleares”.

Contenido del Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares
¿Qué dice el TPAN? Prohíbe a las naciones desarrollar, probar, producir, fabricar, transferir, poseer, almacenar, usar o amenazar con usar armas nucleares. También prohíbe ayudar, animar o inducir a cualquiera a participar en alguna de esas actividades. Además, las naciones no deben permitir que las armas nucleares sean estacionadas o desplegadas en su territorio.
Es también muy importante destacar que el Tratado contempla que las naciones deben prestar una asistencia adecuada a todas las víctimas del uso y pruebas de armas nucleares, incluida la atención médica, la rehabilitación, el apoyo psicológico y su inclusión social y económica. Así mismo, reconoce el impacto desproporcionado que las pruebas nucleares han tenido sobre algunos pueblos indígenas, y su especial incidencia en las mujeres y niñas.
Así pues, el TPAN pone el centro de atención en la dimensión humanitaria del desarme nuclear, y es precisamente la sensibilización sobre los efectos en las personas, en todas las personas del planeta, lo que está produciendo una reacción social y una presión diplomática sin precedentes a escala mundial. Porque las 172 naciones que no poseen armas nucleares son la inmensa mayoría, y se sienten amenazadas no sólo militarmente, sino también desde el punto de vista ambiental y humanitario. Por ello no es extraño que la campaña ICAN esté formada por una coalición de más de 600 organizaciones no gubernamentales de todo tipo, activas en 106 países.

Presión contra las armas nucleares
El TPAN es jurídicamente vinculante para aquellas naciones que lo ratifiquen. A día de hoy son 52 las que lo han hecho, y se espera un goteo continuo que incorpore en unos años a muchas más, como ocurrió con los tratados de prohibición de las armas bacteriológicas, químicas, de las bombas de racimo o de las minas antipersona. Por supuesto, también las naciones que poseen o albergan armas nucleares pueden unirse al TPAN, siempre que se comprometan a su total eliminación o a dejar de albergarlas.
Pero es lógico también pensar que estas naciones se resistan a firmar el Tratado, y cabe preguntarse qué efectos puede tener sobre ellas. En primer lugar, todas las encuestas que se han realizado en muchos de los países nucleares o sus aliados muestran un apoyo muy mayoritario y creciente de sus poblaciones al TPAN, por lo que se espera una cada vez mayor presión interna sobre sus gobiernos (en nuestro país una encuesta muy reciente muestra que el 89% de la población piensa que España debería firmar el TPAN).

Por otro lado, empresas y bancos de todo el mundo están reevaluando rápidamente los riesgos legales y reputacionales que supone fabricar o financiar la producción de armas nucleares, que se han convertido en ilegales y, por tanto, pueden considerarse “armas controvertidas” en la terminología de los indicadores internacionales de inversiones. Así, el fondo de pensiones ABP, uno de los más grandes del mundo, ha anunciado ya que dejará de invertir en empresas productoras de armas nucleares. Cabe recordar también que, por ejemplo, tras la entrada en vigor del tratado análogo de prohibición de las bombas de racimo, la compañía norteamericana Lockheed Martin dejó de producirlas a pesar de que EEUU no pensaba ratificar dicho tratado.
El camino hacia el desarme nuclear
Obviamente, a nadie se le escapa que el camino hacia el desarme nuclear será largo y deberá realizarse mediante un proceso multilateral y negociado, pero los Tratados de No Proliferación nuclear (TNP) no están mostrándose efectivos, y es necesario dar pasos más ambiciosos lo antes posible. Es más, los actuales planes de modernización e incluso ampliación de arsenales nucleares, la cada vez mayor tendencia a la construcción de sistemas de armas mixtos convencionales-nucleares así como los intentos de nuevos países para incluirse al grupo de los que poseen armamento nuclear son motivos reales de preocupación.

Es necesario convencerse de que la disuasión nuclear no genera paz segura o estable, sino que alimenta el conflicto futuro mediante la creación de un falso sentimiento de seguridad basado en el miedo. Así mismo, es germen de una cultura de intimidación mutua que contribuye muy poco a la mejora de las relaciones internacionales y promueve una barrera coercitiva profundamente desigual entre los países que poseen armas nucleares y los que no las tienen.
Dado que el desarme nuclear es un problema con consecuencias humanitarias y medioambientales globales, requerirá entonces una respuesta global, colectiva y basada en la mutua confianza. Nadie puede ser excluido de este debate, y todos tenemos el derecho de exigir que se cumpla la ley internacional y que las armas nucleares sean pronto sólo un mal recuerdo generado por una aplicación éticamente inaceptable de nuestro desarrollo científico.
