Autora: Ana Isabel Casquete Díez

“El ganarse la vida no debiera absorber toda o casi toda la atención, la energía y el tiempo del hombre, como si tal fuese su propósito primordial en la Tierra…El consumo es sólo un medio para obtener el bienestar humano, no el único fin y propósito de toda actividad humana”.

(Schumacher, 2011: Lo pequeño es hermoso. ¿A alguien esto no le suena sensato?

Si la Ciencia Económica no sirve para hacernos más felices…¿para qué sirve?,  ¿para producir más?,¿para consumir más?, ¿para que quien disponga de dinero sepa cómo hacer inversiones más rentables?… Tenemos un modelo económico que pone en el centro a la economía desplazando a las personas.

¿Hemos perdido el Norte? Puede que nuestra brújula se haya estropeado y no nos hayamos dado cuenta. Y si la brújula no funciona es difícil encontrar el camino.

La felicidad es un objetivo final de los seres humanos. Creo que no arriesgo mucho si digo que quizás el objetivo más importante. Todas las disciplinas dan por supuesto que su quehacer científico contribuye, directa o indirectamente, a aumentar el bienestar del ser humano.

En algún momento muchos pensaron que la felicidad o el bienestar humano dependía de los bienes materiales y, por supuesto, en cierta medida, así es. No se puede negar que es muy difícil que una persona se preocupe por su felicidad si no tiene sus necesidades básicas cubiertas. Pero a partir de un determinado nivel, ¿nos aporta mucho seguir consumiendo más? Porque… tendremos que ganar más dinero, trabajar más, tener menos tiempo para nuestra familia, para nuestros amigos, para nosotros mismos…¿Nos hemos parado a pensar seriamente si eso nos hace más felices?

El siguiente relato contado por Carlos Taibó1, me parece bastante revelador. Dice así: “En un pequeño pueblo de la costa mexicana, un norteamericano se acerca a un pescador que está a punto de echar su siesta y le pregunta: ¿Qué hace usted a lo largo del día? ¿Por qué no dedica usted más tiempo a pescar en el mar?”. El mexicano responde que su trabajo cotidiano le permite atender de manera suficiente a las necesidades de su familia”. “Suelo levantarme tarde, pesco un poco, luego vuelvo a casa, juego con mis hijos, echo la siesta con mi mujer, por la tarde quedo con mis amigos. Bebemos vino, charlamos y tocamos la guitarra. Tengo una vida plena”. El norteamericano lo interrumpe: “Siga mi consejo: dedique más tiempo a la pesca. Con los beneficios, podrá comprar un barco más grande y abrir su propia factoría. Se trasladará a la Ciudad de México, y luego a Nueva York, desde donde dirigirá sus negocios”. “¿Y eso para qué?”, pregunta el mexicano. “Bueno, puede que así su empresa llegue a cotizar en bolsa y usted ganará mucho dinero”. “¿Y luego?”, replica el pescador. “Luego, pasados unos años..… podrá jubilarse, vivir en un pequeño pueblo de la costa, levantarse tarde, jugar con sus hijos, pescar un poco, echar la siesta con su mujer y pasar la tarde con los amigos, bebiendo vino y tocando la guitarra”.

La denominada Teoría del Decrecimiento se para a pensar: ¿Crecer por crecer? ¿Es posible crecer de manera infinita en un planeta finito? Es más, ¿es deseable? No se trata de preguntas vanales, ¿o es vanal nuestra felicidad?

Actualmente vivimos en lo que podríamos denominar la sociedad del crecimiento. Esta sociedad puede ser definida como una sociedad dominada por una economía de crecimiento y que tiende a dejarse absorber por ella. El crecimiento por el crecimiento se convierte en objetivo primordial, y tal vez el único de la vida.

Las sociedades desarrolladas viven en régimen de “sobrecrecimiento”, es decir producen y consumen fuera de toda necesidad “razonable”. Y ese crecimiento desmedido choca con los límites del planeta y engendra contradicciones sociales que hacen nuestro modo de vida insostenible, tanto ecológica como socialmente. Incluso si pudiera perdurar indefinidamente, seguiría siendo deseable un cambio.

Quienes rechazan la necesidad del decrecimiento suelen basar sus argumentos en que los factores de producción son sustituibles y en la llamada ecoeficiencia2.

La sustituibilidad de los factores se traduciría en que a medida que agotemos el capital natural, es decir, los recursos que obtenemos de la naturaleza, podremos ir sustituyéndolos por mayores cantidades de equipamientos y conocimientos. Hasta ciertos límites es posible, pero nunca podremos obtener la misma cantidad de pan disminuyendo la cantidad de harina por mucho que aumentemos la cantidad de hornos y panaderos.

Y según el argumento de la ecoeficiencia, podemos lograr avances tecnológicos tales que cada vez será posible ahorrar más y más materias primas. Es cierto que la eficiencia ecológica se ha acrecentado, pero la disminución del impacto y de la contaminación se encuentran frecuentemente anuladas por la multiplicación del número de unidades consumidas. Y así si nuestros coches gastan menos gasolina, viajamos más a menudo…

Toda esa argumentación se basa en una fe ciega en la ciencia y en la tecnología para resolver, en el futuro, los problemas del presente.

Por otra parte, la sociedad del crecimiento da lugar a importantes desigualdades. Se nos ha repetido insistentemente que antes de repartir es necesario que “la tarta” sea más grande, pero el momento de un reparto equitativo no parece llegar, porque es precisamente el modo en que se cocina la tarta el principal causante de la desigualdad.

Incluso para los supuestos ganadores de este sistema económico, el bienestar es considerablemente ilusorio. Gastamos más en productos, pero hemos de ser conscientes de que nuestro consumo no solamente está compuesto de productos que nos proporcionan satisfacciones, sino que también compramos productos que resultan ser “defensivos”, productos que, según ya señalaba Hawtrey en 19253, se destinan a impedir o remediar los dolores, daños o perturbaciones producidos precisamente por nuestro modo de vida. Y así, puertas blindadas y seguros antirrobo por la menor seguridad en las ciudades, cristales dobles por el ruido del tráfico, agua embotellada por la reducción de la calidad del agua, ansiolíticos por el aumento del estress, gimnasios por el estilo de vida sedentario… Nos vemos obligados a realizar gastos significativos que solamente sirven para poner parches a lo que “estropea” el crecimiento.

Y el papel que juega la publicidad es el de hacernos sentir insatisfechos por lo que tenemos y desear lo que no tenemos.

SERGE LATOUCHE, gran ideólogo del decrecimiento

Parece ser entonces que crecer cada vez más, ni es posible, ni es deseable. Ante este diagnóstico,¿cuáles son las propuestas de la teoría del decrecimiento? Comentaré brevemente algunas.

Modificar nuestras costumbres de producción y consumo está en la base del comienzo del cambio. Y esta es una de las partes más complicadas de la transición hacia un modelo menos consumista, porque se trata de creencias y comportamientos que están tan incorporados en nuestra manera de ver y actuar en el mundo que nos resulta difícil incluso cuestionárnoslos. Sería necesario cambiar la obsesión por trabajar más para obtener la mayor cantidad posible de bienes por el gusto por el trabajo bien hecho, la adicción al consumo de bienes materiales por la dedicación de más tiempo a las relaciones con los demás y al contacto con la naturaleza, la competencia por la colaboración…

En términos de consumo, esa nueva mentalidad aceptaría las múltiples “erres” que propone Latouche4: reducir, reutilizar, reparar, reciclar, rehabilitar, reponer…

Seamos conscientes de que hablar de la reducción, reutilización, reparación… de lo que consumimos supone gastar menos, y esto implica a su vez una menor necesidad de trabajar, por lo que podría ir asociado a una reducción del tiempo de trabajo remunerado (junto con el reparto del trabajo) y por ello, un aumento del tiempo de ocio, del tiempo dedicado a las relaciones sociales… Por otra parte, así podríamos prescindir de realizar gastos en algunos productos “defensivos”.

El decrecimiento se ha convertido en un punto de confluencia de ideas críticas con el modo de vida actual, así como de la búsqueda de alternativas y de acciones políticas tendentes al cambio. Sus propuestas van calando en la sociedad, pero muy poco a poco.

La teoría del decrecimiento suele calificarse de utópica, en el sentido de inalcanzable. Pero incluso si el objetivo no es alcanzable en su totalidad, sí puede actuar como una brújula que nos guíe en la búsqueda de alternativas a un mundo a todas luces injusto para gran parte de los seres vivos que habitamos este todavía maravilloso planeta.

Referencias:

LATOUCHE, S. (2006): La apuesta por el decrecimiento. Barcelona: Icaria. SCHUMACHER, E.F. (2011): Lo pequeño es hermoso. Madrid: Ediciones Akal.

SCITOVSKY,T.(1986): Frustraciones de la riqueza. La satisfacción humana y la insatisfacción del

consumidor. México: Fondo de Cultura Económica.

TAIBÓ, C. (2011): El decrecimiento explicado con sencillez. Madrid: Los libros de la Catarata.