Autora: Ángela Varela Neila, divulgadora de la Unidad de Cultura Científica e Innovación de la Universidad de Burgos.
¡No hace falta que pongas esa cara! No es tan grave como crees, no te preocupes.
Seguro que alguna vez has escuchado hablar de los neandertales. Su nombre científico es Homo neanderthalensis y esta denominación la recibe por haber sido descubierto en el valle de Neander, en Düsseldorf, Alemania, allá por el verano de 1856. En aquel momento el estudio de la Evolución Humana ya despertaba interés. Hay que recordar que Darwin publicaría El origen de las especies en 1859, poquito después del hallazgo del cráneo número 1 del valle de Neander.
Debemos tener en cuenta que la Evolución Humana es el estudio de los homínidos como los neandertales y según la Real Academia de la Española (RAE) un homínido es dicho de un primate: que se caracteriza por su aspecto antropomorfo y por no tener cola, y a cuya familia pertenecen el hombre y otras especies como el chimpancé, el gorila y el orangután.

Los primeros estudiosos de la evolución humana tomaron al Neandertal como un ser humano primitivo, bruto y falto de inteligencia. De hecho, las reconstrucciones que se realizaron en ese momento reflejaron estas creencias, como por ejemplo la ilustración que en 1911 publicó el famoso paleontólogo Marcelline Boule. (Rosas, 2012).
Es más, si yo ahora digo que eres un poquito neandertal ¿te estoy llamando algo bueno o algo malo? A lo largo de la historia se ha tomado como un insulto la comparación con este homínido prehistórico. Ahora bien, ¿cómo eran realmente estos seres humanos?
Necesitamos recurrir a dos fuentes para poder reconstruir el aspecto físico de nuestros parientes lejanos. La primera es la arqueología, es decir, el estudio de los restos materiales, y la segunda, la genética, la información que revela su ADN.
Sabemos gracias a las evidencias encontradas en yacimientos arqueológicos de Europa y Asia, que habitaron la faz de la Tierra desde hace unos 200.000 años hasta hace apenas 28.000 años. También conocemos que tenían un modo de fabricar herramientas propio conocido como musteriense y eso conlleva un gran conocimiento de las técnicas de talla prehistórica. Con esos utensilios podrían realizar multitud de acciones como descarnar a sus presas o incluso curtir pieles para cubrir sus cuerpos (Finlayson, 2020).
Por otro lado, si nosotros contamos con nuestra famosa dieta Mediterránea, ellos tampoco se quedaban atrás. Sabemos, por ejemplo, que comían grandes animales como renos y caballos, pero que no le hacían ascos a otras fuentes de energía como las focas, los salmones o incluso el marisco. ¿Cuántas veces nos habremos sentado delante de un plato de mejillones sin saber que los neandertales ya consumían este tipo de alimentos?
Quizás en alguna de esas copiosas comidas hayamos tenido que hacer uso de alguna planta infusionada que facilitara la digestión como por ejemplo la manzanilla (Chamaemelum nobile). Aunque pueda sorprenderte: ¡los neandertales también la utilizaban! Es decir, que conocían el uso medicinal o terapéutico de algunos vegetales(Rosas, 2012). Tal vez algún día hayas tenido que tratar un dolor de cabeza con una aspirina, del famoso ácido acetil salicílico. Pues te sorprenderá descubrir que estos humanos extraían y utilizaban la salicina de la corteza de los sauces, que es el principio activo de las famosas aspirinas, aunque obviamente no tengamos evidencias arqueológicas de que los neandertales sufrieran migrañas o cefaleas.

Por lo tanto, eran conocedores de los recursos que les rodeaban, pero además sabemos que utilizaban adornos (Arsuaga, 1999) y se ha podido comprobar gracias a los hallazgos en yacimientos como la Grotta di Fumane (Italia) o Cova Foradada en Calafell (España). En estos lugares se han encontrado falanges de varias aves que no tienen ningún interés gastronómico, como la chova piquigualda o el águila real (Finlayson, 2020). Los investigadores creen que se usarían para decorar las vestimentas de estos homínidos tal y como se aprecia en reconstrucciones como la que se puede visitar en el Museo de la Evolución Humana de Burgos.
Pero si todo esto aún no ha conseguido que desechemos el uso del término neandertal como sinónimo de primitivo, todavía hay más.
Seguro que conocemos alguna cueva con arte rupestre cerca de nosotros e incluso quizás hayamos visitado alguno de estos santuarios prehistóricos. Uno de los lugares más interesantes desde el punto de vista del estudio de las pinturas prehistóricas se encuentra en la localidad cántabra de Puente Viesgo: el Monte Castillo.

En ese paraje tan singular se localiza la Cueva de la Pasiega, una oquedad que cuenta con más de 700 representaciones gráficas. Pero hay una que despertó especialmente el interés de un grupo de científicos que quisieron conocer la antigüedad de un símbolo en forma de escalera. A través de los análisis de la costra estalagmítica que se había formado sobre la pintura, se pudo conocer que se creó hace al menos 64.800 años. Los únicos que estaban en ese momento paseando por la Península Ibérica pertenecían a la especie Homo neanderthalensis (Hoffmann, y otros, 2018).
Llegados a este punto quizás se pueda pensar que, como diría el famoso refrán: «sonó la flauta por casualidad». Y nada más cerca de la realidad porque, según los restos arqueológicos, ¡los neandertales probablemente tocasen la flauta! No sabemos si eran más fans de los Beatles o de los Rolling Stones, pero lo que sí que se conoce es el hallazgo de lo que parece una flauta en el yacimiento esloveno de Divje Babe de 45.000 años en 1995. Según algunos investigadores se trata de un instrumento sencillo realizado a partir de un hueso de oso con dos perforaciones visibles y otras dos que se pueden intuir. Otros científicos por el contrario opinan que son huesos de osos jóvenes mordidos por hienas que con sus dientes provocarían las incisiones, pero con esta versión no hubiese podido incluir el chiste de los Rolling y los Beatles (d´Errico, Villa, Pinto-Llona, & Idárraga, 1998).
Recopilando toda la información con la que contamos hasta ahora, estos seres humanos conocían el medio natural y se aprovechaban de ello con soltura, utilizaban algunas plantas medicinales, adornaban sus cuerpos, creaban arte y quizás bailaron al son de melodías paleolíticas, ¿entonces si tan preparados estaban porqué se extinguieron? Hoy en día no se conoce la causa de su desaparición, aunque tal vez su legado esté más cerca de lo que pensamos.
Se ha mencionado con anterioridad que existen dos tipos de fuentes para conocer a una especie del pasado, las fuentes arqueológicas, que ya se han citado, y la genética.
El Ácido Desoxirribonucleico (ADN) contiene información genética hereditaria que se transmite a través del tiempo y que se puede extraer de tejidos de un ser humano. Esos tejidos pueden ser desde el folículo de un cabello, el interior de una mejilla o el fondo de nuestra fosa nasal con una prueba PCR que no sólo desvelará nuestro ADN sino el de otros organismos que hayan podido invadir nuestro sistema.
Otros lugares en los que también se puede encontrar información genética son los huesos en buen estado de conservación. Por el momento, el ADN con mayor antigüedad que se ha podido extraer tiene más de 400.000 años y pertenece a los homínidos de la Sima de los Huesos en el yacimiento de Atapuerca, Burgos (España) (Meyer, y otros, 2016).

Desde que en el 2006 se consiguió secuenciar el genoma de un neandertal gracias a la labor de un equipo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, se han estudiado una gran cantidad de muestras genéticas pertenecientes a estos homínidos. Gracias a estos trabajos científicos, se conoce que su aspecto físico está muy alejado de lo que concibieron los primeros estudiosos de la Evolución Humana en el siglo XIX: tendrían el cabello rubio o pelirrojo, sus ojos serían azules y verdes y su piel clara estaría cubierta de pecas (Finlayson, 2020).
Seguro que a nuestro alrededor conocemos a alguien con alguna de estas características, probablemente lo haya heredado de algún antepasado neandertal.
¿Cómo puede ser que tengamos parte de una especie extinta en nuestro genoma? Se han analizado muestras genéticas de ADN de Homo neanderthalensis y se ha podido comprobar que, en los seres humanos actuales, como por ejemplo los europeos, hay una proporción de entre el 1% y el 4% de estos homínidos.
Evidentemente no todo lo que aportaron a nuestro organismo fue bueno, pero si quieres conocer más tendrás que esperar a la V Edición del Concurso de artículos de divulgación científica de la Universidad de Burgos del año que viene. Por el momento la próxima vez que te mires al espejo recordarás que hay un poquito de neandertal dentro de ti.
Bibliografía:
- Arsuaga, J. L. (1999). El collar del Neandertal. En Busca de los primeros pensadores. Madrid: Ediciones Planeta.
- d´Errico, F., Villa, P., Pinto-Llona, A., & Idárraga, R. (1998). A Middle Palaeolithic origin of Music? Using cave-bear accumulations to assess the Divje babe I bone “flute”. Antiquity 72, 65-79.
- Dalton, R. (2006). Neanderthal DNA yields to genome foray. Nature 441, 260–261.
- Finlayson, C. (2020). El Neandertal inteligente: Arte rupestre, captura de aves y revolución cognitiva. Córdoba: Almuzara.
- Hoffmann, D., Standish, C., García-Diez, M., Pettitt, P., Milton, J., Zilhão, J., . . . Pike, A. (2018). U-Th dating of carbonate crusts reveals Neandertal origin of Iberian cave art. Science, 912-915.
- Meyer, M., Arsuaga, J., de Filippo, C., Nagel, S., Aximu-Petri, A., Nickel, B., . . . Pääbo, S. (2016). Nuclear DNA sequences from the Middle Pleistocene Sima de los Huesos hominins. Nature, 504–507.
- Noonan JP, C. G. (2006). Sequencing and analysis of Neanderthal genomic DNA. Science, 1113–1118.
- Rosas, A. (2012). Los neandertales. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas; Los Libros de la Catarata.
Imagen de portada: Representación de un neandertal en el Museo de la Evolución Humana (MEH).