Autor: Juan José Martín García
A pesar de su merecida fama como fuente científica, el enciclopédico Diccionario de Pascual Madoz, publicado en Madrid en 1850, muestra a lo largo de sus más de once mil páginas, la ocultación sistemática de las verdaderas cifras poblacionales de los pueblos y ciudades españoles que pretendió recoger con exhaustividad. Esta falsedad documental, supone un problema de enormes dimensiones, ya que multitud de geógrafos, historiadores, ingenieros, antropólogos, y un amplio abanico de profesionales especialistas en diferentes disciplinas humanísticas y técnicas, utilizan acríticamente sus datos en sus investigaciones y publicaciones científicas.
Las razones fundamentales que explican este encubrimiento fueron dos. La primera: Madoz se basó en los datos de la, poco fiable, Matrícula Catastral. Esta, fue una operación preestadística llevada a cabo en 1842 mediante “imputaciones”, es decir, cuantificaciones “a ojo de buen cubero”, y no a través de recuentos individualizados, casa por casa y vecino por vecino, como se hizo con posterioridad. La segunda: dio por buenas las informaciones falseadas premeditadamente que, muchos colaboradores de este monumental trabajo, enviaron a Madoz. Con su actitud mendaz, estos corresponsales extendidos por toda España, pretendían dos objetivos: sortear la insufrible presión fiscal que recaía sobre sus paisanos, y reducir el número de mozos susceptibles de entrar en los sorteos de quintas para cumplir con el impopular servicio militar, calculadas ambas variables en proporción a la dimensión de sus poblaciones.
Cuando, en la actualidad, los demógrafos analizan la evolución de la población española entre los siglos XVIII y XIX, suelen dar un salto de seis décadas, desde el excelente Censo de Godoy de 1797, hasta el Censo de 1857 -este sí, con los parámetros de una operación plenamente estadística-, dejando el resto de averiguaciones en una especie de “limbo”, caracterizado por su poca fiabilidad. Sin embargo, hasta el día de hoy, nadie, dentro de la extensa bibliografía de carácter historiográfico, había criticado las cifras del Diccionario. Con este pequeño artículo, pretendemos proceder a la necesaria revisión que permita subsanar definitivamente la multiplicación de sus errores.

Un ejemplo que demuestra lo abultado de las falacias madozianas es -si, por supuesto, diésemos credibilidad a sus cifras- el imposible crecimiento poblacional castellano y leonés operado entre 1842 y 1860. Los resultados confirman la inaudita variación porcentual que -en menos de dos décadas-, se produjo teóricamente en todas y cada una de las nueve provincias que conforman la región más grande de Europa. Castilla y León sufriría un espectacular crecimiento superior al 52%, pasando de los 1.370.013 habitantes de 1842 a los 2.085.811 de 1860, lo que supondría un inasumible incremento de un 2,90% anual acumulado durante dieciocho años. Una cifra totalmente inverosímil desde todos los criterios lógicos de la ciencia demográfica.
De esta forma, y analizando la evolución por provincias, tan solo dos – Palencia y Soria-, experimentarían un desarrollo por debajo del treinta por ciento, una cifra ya de por sí insólita. Las siete restantes, superarían un crecimiento “bíblico” del cuarenta por ciento. Hablaríamos por tanto de una multiplicación utópica que, así mismo, se repite en gran parte del interior peninsular, en provincias poco sospechosas de haber contado a mediados del siglo XIX, con un desarrollo relevante o con un crecimiento económico que no fuera el simplemente agropecuario. Algunas, presentan porcentajes sorprendentes, casos de Huesca (47,11%), Jaén (47,01%), Badajoz (36,43%), Guadalajara (31,47%), o Teruel (30,61%) por poner solo unos ejemplos.
Pero, donde la variación porcentual destaca sobremanera, alcanzando caracteres, podríamos denominar, “lepóridos”, es en la provincia de Burgos. Si las cifras del Madoz fueran ciertas, su crecimiento alcanzaría un 90,28%, lo que representaría más del cinco por ciento anual acumulado. Un guarismo que se sale de cualquier comportamiento demográfico conocido en la Historia de la Humanidad, máxime en una circunscripción territorial, cuyos atisbos de desarrollo industrial -con la excepción de los núcleos de Miranda de Ebro y Pradoluengo-, son muy tímidos incluso para una fecha tan adelantada como 1860.
El propio Madoz, fue muy crítico con los engañosos datos de la ciudad de Burgos, y no se fio de los 15.934 habitantes declarados por sus colaboradores. En este caso, la ocultación superó todas las expectativas. Si aplicamos la tasa de crecimiento anual del periodo 1797-1857, que fue de (r=0,640087%), el verdadero número de ciudadanos burgaleses para 1842 sería de unos 23.200. Por la misma razón, en el contexto provincial hablaríamos de 315.000 habitantes, frente a los escuálidos 177.178 que consigna el Diccionario.
Los datos absolutamente escandalosos para el caso de la capital provincial, se multiplicaron en su ámbito rural, donde zonas como las Merindades o la Sierra de Burgos, superaron ampliamente el 150% de ocultación. A mediados del siglo XIX, nada más y nada menos que cincuenta y
dos localidades burgalesas superaban los 1.000 habitantes. Pues bien, ninguna de ellas informó sobre su verdadera población. En el norte -antiguos partidos judiciales de Sedano, Villarcayo y Miranda-, algunos pueblos tendrían así crecimientos “estratosféricos”, como Sargentes de la Lora, con un 1.600% o, lo que es lo mismo, un 90% anual, o Medina de Pomar, con más de un 182%, localidad que solo declaraba 720 habitantes cuando, dieciocho años después, superaba los 2.000.

Aunque, menos exagerados, en otras comarcas sorprenden los casos de Oña -135,94%-, Frías -66,46%- Pancorbo -65,41%-, y Briviesca, con un abultado 84,79%. En cuanto a la Sierra, un caso inverosímil es el de Salas de los Infantes, con un 96,35%, ya que tan solo declaraba 493 habitantes, y donde parece desmedido el elevado número de curas y capellanes -en total, 6- o, lo que es lo mismo, 82 personas por eclesiástico. Otro caso fuera de todos los esquemas, es el Valle de Valdelaguna, con un inaudito 768,46%. Cifras inexplicables aparecen también en Hontoria del Pinar, Quintanar de la Sierra o Santo Domingo de Silos. En el caso de Lerma, llama la atención el paso de
1.198 a 2.270 habitantes, es decir, un porcentaje de crecimiento cercano al 90%. No le iba a la zaga Covarrubias, con un asombroso aumento del 84,53%, y una población teórica de 879 habitantes, de los cuales, nada más y nada menos, 140 eran niños que iban a la escuela, lo que resultaba imposible. Un pueblo que, además, consignaba la existencia de veinte curas.
Si la ocultación de población fue alta, no fue menor la de la riqueza, calculada en torno a un 75% de media. La comparación intercomarcal, y el análisis más detallado de casos concretos, confirma el fundamento de las sospechas del propio Madoz, que utilizaba la ironía para poner de relieve las ocultaciones de lo que ganaban los burgaleses con esta afirmación:
“Aplicados los 13.157.603 reales a los pueblos que componen los 12 partidos en que se divide la provincia, encontramos una diferencia notable respecto a la felicidad de cada uno de estos, felicidad que pueden representar los números que marca la proporción de las utilidades anuales y diarias de sus habitantes. Así, vemos que, mientras un individuo de Miranda de Ebro tiene 13,91 mrs., uno de Belorado 8,68, uno de Burgos 8,32, los hay también de tan miserable condición, que solo tienen en Villadiego 4,07 mrs., en Roa 4,01 y, los más desgraciados, que son los de Salas, con 3,34”.
Pero, ¿quiénes fueron los que llevaron a cabo estas operaciones falaces?, ¿quiénes “mintieron más que hablaron”?
Como era de suponer, los ocultadores de los verdaderos datos fueron los, potencialmente, más perjudicados por cifras de población elevadas. Y estos, no eran otros que los miembros de las clases medias burguesas – comerciantes, industriales, profesionales liberales-, que hubieran debido aumentar significativamente sus contribuciones al fisco. Lo hicieron mediante manipulaciones, recursos dialécticos, o simples declaraciones fraudulentas, que pudieron llevar a cabo premeditadamente, gracias al control de unos mecanismos contables que, a nivel municipal y provincial y, a pesar de la paradoja, ellos mismos debían salvaguardar de manipulaciones.

No es sencilla en España, la localización de fuentes primarias que lleven a cabo recuentos exhaustivos del número de habitantes para mediados del siglo XIX. Sin embargo, bajando al análisis micro, una de ellas nos ha permitido reforzar nuestras hipótesis. Se trata de una referencia estadística localizada en un libro de cuentas particular de Manuel Martínez Lerma, escribano de Pradoluengo. En el folio antepenúltimo de dicho libro, aparece un documento encabezado con el siguiente título: “Notas estadísticas de esta Villa, formadas y tomadas el año 184(…)”. De manera deliberada, la esquina superior derecha del folio aparece rasgada. Sin embargo, sabemos que el número desaparecido era un 2. Por tanto, precisamente, la fecha de elaboración de la Matrícula Catastral que sirvió a Madoz para elaborar su Diccionario. Martínez contabilizaba 2.260 habitantes, pero en el Madoz tan solo aparecieron 1.390…