Autora: Julia Muñoz Guarinos, investigadora de paleontología en la Universidad de Burgos.
Nuestra especie es singular por un sinfín de factores, entre ellos, nuestra modelo de historia biológica. La historia biológica se puede definir como el conjunto de estrategias que siguen las diferentes especies para repartir los recursos disponibles entre las diferentes cuestiones vitales, tales como crecer y desarrollarse, reproducirse y criar a la descendencia.
Los humanos tardamos mucho en crecer hasta ser personas adultas, ¡por eso hasta los 30 no nos vamos de casa de nuestros padres! Lo cierto es que nuestro largo periodo de crecimiento y desarrollo es una característica que nos hace únicos entre los primates y se extiende hasta los 20 años, aproximadamente. Durante este proceso se experimentan diferentes ritmos y etapas que solo se dan en nuestra especie como consecuencia del desarrollo del órgano más valioso y caro que tenemos: el cerebro.
El crecimiento del cerebro lleva su tiempo
Los Homo sapiens somos muy longevos y nuestro periodo de crecimiento y desarrollo es más largo que el de algunos parientes primates como los lémures, los chimpancés, los bonobos, los gibones y los macacos (Schultz, 1969). Con ellos compartimos tres etapas básicas del crecimiento: la infancia, el periodo juvenil y la edad adulta. No obstante, el tamaño de nuestro cerebro es muy superior al de los parientes primates y, por tanto, nuestros recursos energéticos debían administrarse de tal manera que, además de hacer crecer el cerebro, también creciera el esqueleto. No podíamos dejar nada atrás. El cerebro es un órgano muy caro de mantener y desarrollar, por eso nuestra especie se adaptó a crecer a diferentes ritmos y fases manifestando una extensión diferencial de las distintas fases de crecimiento.

Nuestro camino de baldosas amarillas del crecimiento y del desarrollo comienza con la infancia, que sí compartimos con otros primates, y comprende desde que nacemos hasta que alcanzamos los 3 años, cuando ya nos han salido todos los dientes de leche o deciduos.
Sin embargo, la primera de las etapas en las que nos diferenciamos de nuestros parientes primates es la niñez, que comienza en torno a los 3 años y finaliza sobre los 6-7, cuando empiezan a salir los dientes permanentes (García-González, 2021). Durante la niñez el esqueleto apenas crece, porque los recursos energéticos se destinan principalmente a hacer crecer el cerebro, tanto es así que cuando acaba la niñez el cerebro casi ha alcanzado el tamaño de una persona adulta (Bogin, 1994).
Una vez que ha crecido el cerebro comenzamos la etapa juvenil, desde los 6-7 años hasta los 10 en las chicas y los 12 en los chicos. En este periodo estamos aprendiendo las conductas sociales y las dinámicas del grupo que nos rodea, cosa que también compartimos con otros primates.
La adolescencia: el despertar de las hormonas
La etapa que la sucede es también una característica exclusiva de Homo sapiens y la más divertida: la adolescencia. A partir de los 10-12 las hormonas que se encontraban en un profundo letargo comienzan a despertar de manera abrupta, como cuando te levantas un lunes para ir a trabajar.
En la pubertad y la adolescencia tienen lugar varios hitos biológicos de los que seguro te acuerdas e incluso puede que te hicieran sentir incómodo o incómoda: nos crecen los pechos y las caderas, nos sale pelo en zonas que antes eran suaves, nos cambia la voz y de vez en cuando nos juega alguna mala pasada, nos sale acné, nos viene la primera regla (la menarquia), etc. Es lo que llamamos desarrollo de los caracteres sexuales secundarios. Hoy en día también tienen lugar otros acontecimientos no menos relevantes como, por ejemplo, hacerse una cuenta de TikTok. ¡Enhorabuena! ¡Se está desarrollando tu personalidad! Estás encontrando tu lugar en el mundo y en el grupo, no eres ni un niño ni una persona adulta todavía, pero empieza a atraerte el que se sienta al lado en clase.

Lo curioso de la pubertad y la adolescencia es que también podemos dividirla en diferentes etapas. Seguro que te suena la expresión de “el estirón de la pubertad” y es que en ese momento de estallido hormonal tus huesos están creciendo a una velocidad nunca antes conocida, aunque sólo están creciendo a lo largo. Es lo que conocemos, en Antropología Biológica, como etapa de aceleración (Shapland y Lewis, 2013). Cuando ya has crecido a lo largo y has alcanzado casi tu altura de adulto viene la etapa de deceleración, en la que sigues creciendo, pero a un ritmo más lento. Es el momento en el que a las niñas les viene la primera regla y cuando tus huesos comienzan a crecer en grosor y se ensanchan los hombros y la cadera (Shapland y Lewis, 2013; Decrausaz et al., 2018).
Pero la adolescencia, ¿para qué?
Pero ¿por qué el Homo sapiens ha seguido esta estrategia de crecimiento y no otra? Existen dos hipótesis que tratan de explicar el porqué de la adolescencia en nuestra especie. Una de ellas sostiene que durante la adolescencia estamos recuperando el “tiempo perdido” en hacer crecer el cerebro durante la etapa de la niñez, haciendo ahora que los recursos energéticos se destinen a hacer crecer al esqueleto, primero a lo largo y luego a lo ancho (Leigh, 2001; García-González, 2021). La segunda hipótesis supone que la adolescencia es una adaptación reproductiva que hace que las niñas, aunque no sean fértiles todavía, puedan tener el aspecto de una mujer en edad reproductiva e ir integrándose en el grupo con mayor facilidad. Por otra parte, los adolescentes varones sí que son fértiles, pero tienen una apariencia aniñada, lo que les permite pasar desapercibidos entre los machos sin que supongan una competencia, aprendiendo los roles y la dinámica del grupo (Bogin, 1994; García-González, 2021).
Estas dos hipótesis no tienen por qué ser excluyentes, ya que en la naturaleza pocas cosas suceden debidas exclusivamente a una razón. Lo increíble de la evolución es, de hecho, que es capaz de combinar varios factores para dar como resultado una adaptación que ha hecho que los Homo sapiens hayamos tenido un éxito rotundo. ¡Gracias, adolescencia!
REFERENCIAS
Decrausaz, S. L., Williams, J. E., Fewtrell, M. S., Stock, J. T., & Wells, J. C. (2018, April). Girl, you’ll be a woman soon: Examining associations between pelvic dimensions and body composition in growing girls living in London. In AMERICAN JOURNAL OF PHYSICAL ANTHROPOLOGY (Vol. 165, pp. 63-63). 111 RIVER ST, HOBOKEN 07030-5774, NJ USA: WILEY.
Shapland, F., & Lewis, M. E. (2013). Brief communication: a proposed osteological method for the estimation of pubertal stage in human skeletal remains. American Journal of Physical Anthropology, 151(2), 302-310.
García-González, R. (2021). El ciclo vital humano. Nuestra peculiar forma de crecer. Cuadernos de Atapuerca nº 22. Origen. Burgos.
Schultz, A.H. (1969). The life of primates. New York: Universe Press.
Bogin, B. (1994). Adolescence in evolutionary perspective. Acta Paediatrica, 83, 29-35.
Leigh, S. R. (2001). Evolution of human growth. Evolutionary Anthropology: Issues, News, and Reviews: Issues, News, and Reviews, 10(6), 223-236.