Autoras: Sagrario Beltrán Calvo y María Teresa Sanz.
Los problemas más serios del presente siglo provienen fundamentalmente del aumento de población y de nuestra forma de vida. Ambos fenómenos nos están abocando al cambio climático y al agotamiento de los recursos, que cada vez cuesta más extraer. Según informes del McKinsey Global Institute, 3 mil millones de nuevos consumidores entrarán en el mercado en los próximos 20-30 años y esto es un gran reto que tenemos que abordar.
Para ello se han realizado varias propuestas a lo largo del siglo XX, entre las que destacan el Biomimetismo (que consiste en mirar a la naturaleza para aprender de ella en lugar de para ver qué podemos extraer, cosechar o domesticar), la Ecología Industrial (disciplina académica que estudia los flujos de materiales y energía en los sistemas industriales) o la filosofía “Cradle to Cradle” (“de la cuna a la cuna”, que considera que todos los productos pueden ser diseñados para producir algo nuevo una vez que han dejado de tener vida útil). Todas estas escuelas de pensamiento han contribuido al desarrollo de la denominada economía circular.
¿En qué consiste la economía circular?
Podemos comenzar por describir la economía actual, que es una economía lineal basada en utilizar los recursos naturales para fabricar productos que, una vez usados, acaban mayoritariamente en los vertederos. Sale un nuevo teléfono, las cocinas de inducción, o los sistemas de planchado y retiramos lo anterior, y cada vez que lo hacemos, consumimos unos recursos que son finitos y que en la mayor parte de los casos acaban en los vertederos. Esta economía lineal ha funcionado en el siglo XX porque teníamos materiales, energía y créditos baratos, pero esto ha cambiado en el siglo XXI. Poco a poco nuestros vertederos son más ricos en muchos materiales que las minas de las que se han extraído originalmente. Son nuestras nuevas minas.
Sin embargo, en un sistema 100% natural no hay vertederos, los materiales fluyen: un desecho de una especie es el alimento de otra, plantas y animales crecen, luego mueren y los nutrientes regresan al suelo de manera segura. Además la energía necesaria proviene del sol, es energía renovable. Estamos ante una economía circular.
Si aceptamos que el modelo cíclico de la naturaleza funciona…
¿Podemos cambiar nuestra forma de pensar y operar con una economía circular?
Pensemos que en nuestro mundo tienen lugar dos ciclos, un ciclo biológico y un ciclo tecnológico.
Cerrar el círculo del ciclo biológico parece relativamente sencillo si diseñamos y construimos los productos, componentes y envases que entran en este ciclo con materiales seguros y biodegradables que, una vez utilizados, se puedan devolver al suelo para que sirvan como alimento para el crecimiento de muevas plantas.
¿Y el ciclo tecnológico? No parece que podamos hacer lo mismo con las lavadoras, teléfonos móviles, coches…, ya que los materiales con los que están construidos no pueden ser biodegradables. Así pues, tenemos que cambiar la forma de pensar y rediseñar todos nuestros productos para que su vida útil sea lo más larga posible facilitando su mantenimiento, reutilización, redistribución, renovación, remanufacturación…, y al final de la misma, recuperar sus componentes o las materias primas utilizadas para su fabricación, cerrando de este modo el círculo en una fase u otra (ver Figura 1). Cuanto menor sea el círculo que se cierra, mayor será la rentabilidad del sistema. Si diseñamos nuestros productos de manera que se faciliten todas estas tareas, se cerraría el ciclo de materiales disminuyendo su vertido y como consecuencia su minería. Adicionalmente, surgirían nuevas oportunidades de negocio y empleo asociadas a las nuevas actividades asociadas a este nuevo modo de operar.

Este sería el primer principio de la economía circular: considerar el ciclo continuo de materiales y productos. Un material o producto que ya no se usa no debe convertirse en ‘desperdicio’, sino parte de un nuevo ciclo de uso.
Una forma de hacer viable esta economía circular es que los productos diseñados bajo las premisas expuestas pertenezcan al fabricante en vez de al usuario. En el siglo pasado se ha implantado la costumbre de que el usuario sea a la vez el propietario de los equipos que utiliza, pero en realidad, como usuarios no estamos tan interesados en tener la propiedad de una lavadora por ejemplo, nos interesa utilizar la lavadora cuando la necesitamos y tenerla siempre a punto para su función. Supongamos que el fabricante es el propietario de la lavadora y el que ha de tenerla siempre a punto para el usuario; en este caso, diseñará una lavadora de fácil mantenimiento, fácil reparación, fácil renovación y fácil re-fabricación si tiene que actualizarla o incorporar nuevas prestaciones o tecnologías. Además la diseñará para que al final de su vida útil, pueda recuperar fácilmente sus componentes o materias primas para la fabricación de una nueva lavadora u otro equipo. Por otra parte, el usuario no tiene que deshacerse de la lavadora al final de su vida útil, ya que al fabricante le interesa recuperarla para aprovechar sus componentes o las materias primas que utilizó en su fabricación.
Cada vez más empresas optan por vender los derechos de usuario para un producto concreto, en lugar del propio producto. Los consumidores también se están dando cuenta de que puede ser más rentable utilizar un producto determinado únicamente cuando es necesario, que tenerlo en propiedad. Hay empresas pioneras que proporcionan “servicios de movilidad” en lugar de neumáticos y coches, “servicios de streaming” en lugar de CDs, “servicios de documentos” en vez de fotocopiadoras o “leasing de vaqueros” en vez de venta de vaqueros. Es lo que se denomina economía funcional.
El segundo principio de la economía circular es desarrollar la resiliencia a través de la diversidad. La resiliencia es la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Esta capacidad aumenta si los diferentes componentes de un sistema responden de manera diferente a la perturbación o situación adversa. No es probable que una perturbación concreta presente el mismo riesgo para todos los componentes de un sistema a la vez.
En esto también podemos aprender de la naturaleza que tiene una inmensa diversidad (una selva, el propio ser humano…), aunque también la biodiversidad está en declive en todo el mundo y aun así seguimos abusando de los recursos naturales pensando que siempre estarán ahí, sin asignarles el valor que realmente tienen en la economía.
Un ejemplo de empresa que desarrolle este segundo principio podría ser una granja orgánica, con cultivos mixtos, que sufre menos ante las adversidades que un monocultivo, tan extendidos en la actualidad. No va bien “poner todos los huevos en la misma cesta”
El tercer principio de la economía circular es que la energía debe provenir de fuentes renovables. El sol es una de las principales fuentes de energía renovable (la energía eólica, la energía de las mareas y el crecimiento de las plantas derivan directamente de la luz solar), aunque no es el único. Otra fuente es la energía geotérmica, generada en la profundidad de la tierra.
De nuevo la naturaleza nos proporciona múltiples ejemplos de aprovechamiento de la energía solar siendo el más obvio la capacidad de convertir CO2 y agua en azúcares (fotosíntesis) utilizando dicha energía. Pero también nosotros hemos ideado sistemas capaces de convertir la luz solar en electricidad. Elon Musk, cofundador de empresas como Tesla Inc. o SolarCity es una de las personas más involucradas en esta idea.
El cuarto y último principio de la economía circular propone pensar en sistemas. Una economía circular no trata de una empresa que cambia un producto. Se trata de que muchas empresas y usuarios trabajen juntos para crear flujos efectivos de materiales e información entre todos, y todo ello cada vez más alimentado por energía renovable. Unas empresas pueden utilizar como materias primas los subproductos de otras, los usuarios pueden proporcionar información a las empresas sobre el uso de sus productos para que éstas puedan cerrar mejor los ciclos del producto, de sus componentes o de sus materiales. Toda la sociedad ha de implicarse en el proceso.
La Unión Europea está apostando por la economía circular y hay varias entidades que se ocupan de que el cambio sea viable. Cabe destacar el trabajo de la fundación Ellen MacArthur, creada por Ellen MacArthur cuando se retiró de la navegación en solitario después de batir el record mundial en 2005, que tiene como misión acelerar la transición hacia una economía circular o el de Braungart & McDonough que, mediante la filosofía “Cradle to Cradle”, proponen un marco de diseño para ir más allá de la sostenibilidad y diseñar para la abundancia en una economía circular.
La vida real no es estática, las circunstancias cambian continuamente y debemos ir adaptarnos a ellas. Siempre hay que tratar de encontrar un camino en nuevas circunstancias…. y esto siempre es realmente emocionante.