Autoras: Marta Navazo Ruiz y Marta Santamaría Díez.
El coleccionismo precede al nacimiento de los museos. Mucho antes de que en el Renacimiento italiano existiesen galerías donde se reunían obras de arte, lugares habitados por las musas o museum, o de la creación de los gabinetes de las maravillas, salas en palacios de la nobleza y burguesía de los siglos XVI-XVIII, en las que se exponían objetos exóticos del nuevo mundo, Ptolomeo1 construyó en Alejandría el primer centro de investigación intelectual denominado museion en donde, entre otras cosas, se instaló la primera colección de obras de arte.
El coleccionismo es innato al ser humano. Según los especialistas, aparece en los niños entre los 3 y los 6 años, en el momento en el que comenzamos a tener conciencia de nosotros mismos, y continúa hasta los 12 años. En la pubertad y hasta los 18 años seguimos coleccionando y, a partir de aquí, se debilita un poco este afán infantil, para regresar con fuerza, según dicen, a partir de los 40.
Coleccionar es una forma de ocio consistente en reunir, conservar y mostrar objetos. Cuando buscamos su origen, nos remontamos a “la aparición de la escritura y la fijación del conocimiento”, concretamente con el rey asirio Asurbanipal (siglo VII a. c, Mesopotamia) y su afición al coleccionismo de libros, que en su caso sería en forma de tablillas de barro. Esto no es exacto ya que tenemos evidencias de los primeros coleccionistas mucho antes. La curiosidad e inquietud por guardar piedras o fósiles de diferentes colores y formas es tan antigua como nosotros.

Cuando nos referimos al coleccionismo de fósiles, es obligado mencionar a dos mujeres de las costas del sur de Inglaterra, Mary Anning y Elizabeth Philpot de principios del s.XIX. Ambas amigas son consideradas, además de como coleccionistas de fósiles, paleontólogas pioneras. Sobre todo a la primera se le atribuyen grandes descubrimientos del Jurásico, contribuyendo al conocimiento de la historia de la Tierra.
¿Cuándo podemos establecer las primeras evidencias de coleccionismo? El canto rojizo de jaspe hallado en el valle de Makapansgat (Sudáfrica), que parece una cara humana, lo recogió posiblemente un Australopitecus africanus y lo llevó a su cueva. Hace pocos años se ha dado a conocer la concha de mejillón grabada que fue encontrada en la isla de Java por Dubois y que se asocia con Homo erectus. En yacimientos achelenses del norte de Francia e Inglaterra se han recogido esponjas fósiles esféricas con perforaciones naturales que se han interpretado como objetos ornamentales, ya que en algunos se aprecian modificaciones intencionales. Es el caso de los moldes de Coscinopora globularis de St. Acheul, considerados como el ejemplo más antiguo documentado del empleo de este material para la elaboración de cuentas y cuyo uso simbólico está siendo analizado. Hay que mencionar también un molusco marino y un bivalvo de agua dulce del nivel auriñaciense IVc de Lezetxiki con evidencias de haber sido empleados como colgantes.
Pero parece que las evidencias más sólidas las encontramos en yacimientos neandertales. Las inquietudes estéticas de estos grupos se pueden advertir en objetos como la placa grabada sobre un molar de mamut y el nummulites fósil esférico de Tata (Hungría) y otros objetos fabricados con dientes, garras y conchas.
De su interés coleccionista han dejado pruebas en varios yacimientos en los que han aparecido fósiles marinos. Algunos, como ya hemos señalado, han sido interpretados como cuentas de collar o adornos, o contenedores de pigmentos como la concha de Pecten maximus de Cueva Antón (tanto la concha como los pigmentos proceden de varios kilómetros de distancia del yacimiento); igual que la concha del molusco Spondylus gaederopus, hallada en la Cueva de los Aviones, que fue usada como recipiente de una mezcla de pigmentos; o las conchas perforadas de esta misma cueva (Acanthocardia tuberculata y Glycymeris insubrica). A esto hay que añadir varios incisivos y caninos perforados y dos conchas fósiles de Bayania lácteas además de una belemnita fósil del nivel X de la Grotte du Renne, o una Rynchonella que ha sido modificada con estriaciones.
En Europa tenemos yacimientos en los que se han documentado diversos fósiles recogidos por neandertales. En el nivel musteriense 24 de Combe Grenal se identificó un Zeillerinae (Teraebratulina). El Nivel III de Lezetxiki ha aportado caracoles marinos que fueron recogidos y llevados a la cueva por criterios estéticos. Un braquiópodo fósil de la familia de los Terebratúlidos se recuperó del nivel inferior de Pech de l’Azé I transportado más de 30 km desde su lugar de origen, mientras que en este mismo nivel menos del 0,5% de la materia prima lítica fue transportada a una distancia tan larga. Otros yacimientos franceses también nos hablan de esta costumbre de recolectar fósiles. Al nivel inferior del yacimiento musteriense de Chez Pourre-Comte llegó el relleno fósil de un bivalvo (Glyptoactis baluchicardia sp.), procedente de varias decenas de kilómetros de distancia, que se encontró asociado a herramientas talladas en materias primas tan llamativas como el cristal de roca y cuarzo hialino. En niveles del Musteriense Final de la Grotte de l’Hyène, se encontraron dos fósiles (un coral globular y una espiral de gasterópodo) junto a un grupo de piritas de hierro. Sin olvidar varias conchas tubulares del molusco marino Dentalium en un nivel chatelperroniense de Saint-Césaire, asociadas a una sepultura neandertal.
A través de este recorrido vemos como los neandertales, e incluso antes que ellos otras especies han recogido objetos que por una belleza natural o una estética percibida les llaman la atención. En los yacimientos encontramos cristales, fósiles y minerales exóticos de procedencias lejanas que sobrepasan la esfera alimenticia, tecnológica o funcional.
Pero, ¿por qué? Para estos coleccionistas prehistóricos, estos tesoros poseen un carácter especial ajeno al objeto en sí mismo. Son valores añadidos, ya sean estéticos, sentimentales, mágicos o simbólicos.
En el nivel IV de la cueva de Prado Vargas (Cornejo, Burgos) ha aparecido recientemente una pequeña colección de fósiles marinos que fue recogida por un grupo de neandertales y cuya procedencia está aún por determinar. Ahora que estamos estudiando estos fósiles, nos preguntamos: ¿tendrían los niños un papel importante en su recolección? ¿Iban deliberadamente a buscarlos o los encuentran de manera fortuita en sus paseos cotidianos? ¿Tienen algún significado especial? ¿Estarían relacionados con su identidad? ¿Los escondían en algún lugar premeditadamente? ¿Podríamos estar ante los primeros juguetes? ¿Qué otros usos o significados pudieron tener?

Sea como fuere, lo que está claro es que ellos recogieron y coleccionaron fósiles, al igual que nosotros también buscamos fósiles incluso de estas especies humanas, para estudiarlos y finalmente “coleccionarlos” en museos. Esto parece convertirse en un túnel infinito del que en algún momento formaremos parte de lo coleccionado.
1Claudio Ptolomeo fue un astrónomo, astrólogo, químico, geógrafo y matemático griego.