Autor: Israel Carreira Barral

La pandemia de COVID-19, provocada por el virus SARS-CoV-2, ha puesto de manifiesto que la inversión pública en ciencia, y en especial en investigación básica, es clave para afrontar con éxito los desafíos del futuro. En una entrevista concedida al diario El País, el Dr. Adolfo García Sastre, director del Instituto de Salud Global y Patógenos Emergentes de la Escuela de Medicina del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, afirmaba lo siguiente: «Los gobiernos deben gastar en prevenir pandemias lo mismo que en Defensa»1. El mundo se ha enfrentado a varias crisis sanitarias2 y la actual nos ha servido para recordar que no debemos bajar la guardia, porque a buen seguro no será la última3.

Como consecuencia de la actual pandemia los ciudadanos han comprendido lo importante que es disponer de pruebas diagnósticas, tratamientos adecuados y vacunas eficaces. Y de vacunas vamos a hablar a continuación. De su papel crucial en la prevención de enfermedades infecciosas e, incluso, en la erradicación de enfermedades. Como describir todas las vacunas que se han desarrollado desde que Edward Jenner creara la primera4 sería inviable en un artículo de estas características (según la Organización Mundial de la Salud, actualmente existen vacunas para prevenir 25 enfermedades infecciosas)5, vamos a centrarnos en dos: la de la viruela y la de la poliomielitis (polio).

La vacuna contra la viruela

La viruela era una enfermedad infecciosa muy contagiosa provocada por dos variantes del Variola virus, Variola major y Variola minor. La primera era la más peligrosa y, por desgracia, la más común; se estima que causaba la muerte a una de cada tres personas que se infectaban6. Los síntomas variaban dependiendo del estadio de la enfermedad7. En la primera etapa, que duraba entre dos y cuatro días, los síntomas más habituales eran fiebre alta y dolores de cabeza y musculares. El signo típico de la segunda fase, que duraba unos cuatro días, era el sarpullido, que comenzaba en la lengua y la boca y se extendía rápidamente al resto del cuerpo y derivaba en ampollas llenas de pus. En el tercer estadio, (en torno a diez días) esas ampollas se convertían en pústulas, sobre las que posteriormente se formaba una costra (figura 1). En la cuarta y última etapa, que se prolongaba durante unos seis días, se caían las costras, dejando cicatrices en la piel, especialmente en la cara. Esta era una de las horribles consecuencias de la enfermedad, a la que se podía sumar la ceguera. Como sucede con el virus de la gripe o el SARS-CoV-2, el virus de la viruela se transmitía por el aire, a través de las gotitas que expulsamos por la boca y la nariz cuando tosemos o estornudamos8.

La viruela se conoce desde tiempos de los egipcios y se estima que en el siglo XX causó 300 millones de muertos9. Una plaga. Fue gracias a un pionero de la medicina, el británico Edward Jenner, que la historia de este virus y, con ella, la del mundo, empezó a cambiar. Jenner observó que las ordeñadoras de vacas que habían padecido la viruela bovina no enfermaban de la viruela que tantas vidas humanas había segado y seguía segando10. Por ello, decidió realizar un ensayo que hoy sería inaceptable desde el punto de vista ético: inoculó al hijo de su jardinero, de ocho años, pus de una pústula de viruela vacuna que había extraído de las manos de una lechera infectada. El muchacho sólo desarrolló una fiebre leve. Más adelante inyectó al niño material infectado con la viruela humana, sin que mostrara síntomas de la enfermedad. La exposición posterior y reiterada del crío a dicho material no produjo efectos negativos en su salud11. Jenner realizó el mismo experimento en otros 23 pacientes (incluido en su hijo, que aún no había cumplido un año)12 obteniendo resultados similares y confirmando lo que pensaba: que la inoculación de viruela bovina inmunizaba al paciente inoculado frente a la viruela humana. El médico británico había creado la primera vacuna (derivado de vaca; nombre, por cierto, propuesto por el químico francés Louis Pasteur)13 y dado el pistoletazo de salida al proceso de vacunación (figura 1), gracias al cual se ha reducido el sufrimiento en el mundo, al prevenir el contagio de enfermedades infecciosas graves, tanto por sus síntomas como por sus secuelas, y se ha preservado la vida de millones de personas y erradicado enfermedades.

Figura 1. Izquierda: dos niños, uno vacunado contra la viruela y otro que no lo había sido. Imagen tomada por el Dr. Allan Warner en un hospital de Leicester (1901)14 . Derecha: una niña recibe la vacuna contra la viruela (década de 1960)15

Fíjate que al principio hemos hablado en pasado de la viruela. Eso se debe a que el mundo venció al Variola virus. En 1959, la Organización Mundial de la Salud inició una campaña de vacunación mundial que culminó en 1980 con una declaración formal en la que se proclamaba extinta la enfermedad (figura 2)16. Y recordemos que a principios del siglo XIX la Corona Española puso en marcha la Expedición Balmis (que, por cierto, partió de mi tierra, A Coruña, y entre sus pasajeros contaba con Isabel Zendal, la primera enfermera en misión internacional)17, una campaña cuyo objetivo era vacunar contra la viruela al mayor número de habitantes de los territorios de ultramar, especialmente a los niños (figura 2)18. Son hechos de los que debemos sentirnos orgullosos y haríamos bien en recordarlos más a menudo para concienciar a la población de la importancia de la vacunación.

Figura 2. Izquierda: sello emitido por Naciones Unidas para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la erradicación de la viruela (2020).[19] Derecha: la corbeta María Pita (Expedición Balmis) parte del puerto de A Coruña en 1803 (1801).[20]

La vacuna contra la polio

La poliomielitis, comúnmente llamada polio, es una enfermedad infecciosa provocada por tres variantes del poliovirus (tipos 1, 2 y 3). Algo más del 70% de las personas infectadas son asintomáticas y en torno al 25% desarrollan una enfermedad leve con síntomas similares a los de la gripe estacional (dolor de garganta, fiebre, cansancio…) que desaparecen en cuestión de días. Sin embargo, algunos pacientes sufren complicaciones que afectan al cerebro y la médula espinal, como meningitis (un 4%) y parálisis (0,5%). La parálisis, la consecuencia más visible de la polio (figura 3), puede derivar en invalidez perpetua y en algunos casos lleva a la muerte. La enfermedad se transmite, sobre todo, por contacto con materia fecal infectada o con objetos contaminados con la misma y el virus entra en el organismo a través de la boca; solo se da en seres humanos21.

Figura 3. Izquierda: niños de Sierra Leona víctimas de la polio (sin fecha). 22Derecha: Jonas Salk en la Universidad de Pittsburgh, donde desarrolló la primera vacuna contra la polio (sin fecha)23

Como ves, a diferencia de la sección anterior, aquí no hablamos en pasado, aunque parece que dentro de unos años podremos hacerlo24. En 1988 se puso en marcha una campaña para erradicar la polio en el mundo, liderada, entre otros organismos, por la Organización Mundial de la Salud, y desde entonces el número de contagios provocados por el poliovirus salvaje ha disminuido de forma espectacular: se ha pasado de unos 350.000 en 1988 (se trata de una estimación; ese año se diagnosticaron 35.251 casos)25 a 140 en 202026. Hoy en día los únicos países en los que la polio se considera endémica (es decir, los territorios en los que el poliovirus todavía se propaga de forma natural) son Afganistán y Pakistán27. Y todo ello gracias a dos vacunas. La primera fue diseñada en 1952 por el virólogo norteamericano Jonas Salk (figura 3) y se basa en la inyección de una forma inactiva del poliovirus, mientras que la segunda, que se vale de una versión atenuada del mismo, fue desarrollada en 1957 por el investigador polaco-estadounidense Albert Sabin y se administra por vía oral28 (en la España de los sesenta sólo se suministró la de Sabin, que se daba a los niños echando unas gotas de la misma sobre un azucarillo)29. Esta última tiene bastantes ventajas frente a la de Salk, como su coste y eficacia, y pronto se convertiría en la vacuna contra la polio. No obstante, la investigación de Salk fue histórica y hay que recordar que renunció a patentar su descubrimiento30: «La esperanza yace en los sueños, en la imaginación y en el coraje de aquellos que se atreven a convertir esos sueños en realidad31. En España, como en la mayoría de países desarrollados, la polio es una de las enfermedades incluidas en el calendario de vacunación infantil.

Las vacunas contra la viruela, la rabia, el tétanos, la peste, la gripe, la polio, el sarampión, la meningitis, la hepatitis B, la COVID-19 (esta última desarrollada en menos de un año), entre otras muchas, son hitos de la ciencia. Su administración ha salvado millones de vidas, haciendo del mundo un lugar mejor. Y seguirán haciéndolo, pero para ello es imprescindible una inversión económica fuerte y sostenida en el tiempo y la colaboración internacional.

Bibliografía: