José Miguel Carretero, Eneko Iriarte y Laura Rodríguez

Laboratorio Evolución Humana (LEH). Universidad de Burgos


Las migraciones Neolíticas hacia el oeste

Las migraciones prehistóricas han desempeñado un papel importante en la conformación genética de las poblaciones europeas. Desde el último máximo glacial, hace aproximadamente 20.000 años, Europa estaba habitada exclusivamente por grupos de cazadores recolectores, pero dos migraciones importantes durante los últimos 10.000 años tuvieron impactos masivos en el estilo de vida y el acervo genético de las poblaciones europeas.

En primer lugar, hace aproximadamente 7400 años antes del presente, grupos originarios de Oriente Medio y Anatolia introdujeron prácticas agrícolas en Europa durante el período Neolítico. Posteriormente, hace 5.000 años, poblaciones de la estepa póntica, a grandes rasgos la zona que abarca desde el norte del Mar Negro y del Cáucaso hasta la frontera entre Rusia y Kazajstán, se extendieron por el continente europeo reemplazando a los anteriores habitantes. Como ambos movimientos se originaron en el este, las partes más occidentales del continente fueron las últimas en ser alcanzadas por estas migraciones. Si bien los estudios arqueológicos han demostrado que ambas migraciones han sustituido a más de la mitad del acervo genético de Europa central y septentrional, se sabía mucho menos sobre la influencia de estos sucesos en las poblaciones ibéricas, especialmente en las zonas más meridionales como Andalucía.

Recientemente, un estudio multidisciplinar llevado a cabo por un equipo internacional en el que hemos participado tres investigadores del Laboratorio de Evolución Humana de la Universidad de Burgos, ha combinado datos arqueológicos, genéticos y de isótopos estables para condensar 4000 años de prehistoria biomolecular ibérica. El trabajo ha sido publicado en la prestigiosa revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) (Valdiosera et al. 2018), y presentado por Juan Luis Arsuaga, miembro de dicha Academia.

En dicho trabajo hemos analizado restos humanos del norte y sur de España, entre los que destaca el rico yacimiento arqueológico de El Portalón de Cueva Mayor, que forma parte del conjunto de yacimientos de la Sierra de Atapuerca en Burgos y que en sí mismo registra más de siete milenios de prehistoria ibérica. En el estudio también se han estudiado importantes yacimientos como la Cueva de los Murciélagos de Zuheros (Córdoba), de la que se ha secuenciado el genoma de un agricultor neolítico de 7.245 años de antigüedad, convirtiéndolo en el genoma humano secuenciado más antiguo del sur de la Península Ibérica, representante de la Cultura Neolítica de la cerámica a la Almagra, característica de los primeros agricultores de Andalucía.

El trabajo ha sido liderado por nuestra colega y miembro del equipo de Atapuerca Cristina Valdiosera, ahora en la Universidad australiana de La Trobe, y por Torsten Günther de la Universidad de Uppsala (Suecia). Además, el grupo incluye investigadores de las Universidades de Huelva, Granada, Zaragoza, Complutense de Madrid, País Vasco, Isabel I de Castilla, Estocolmo y Johanesburgo, así como de los centros de investigación CENIEH de Burgos, IPES de Tarragona y Centro Mixto UCM-ISCIII de Madrid.

Las familias del Sur

Nuestro análisis sugiere que los primeros agricultores que llegaron a Iberia lo hicieron principalmente siguiendo una ruta costera por el norte del Mar Mediterráneo. Hemos comprobado que los individuos neolíticos ibéricos muestran diferencias genéticas con los primeros agricultores migrantes que se asentaron en el centro y norte de Europa. Esto nos sugiere que los primeros agricultores de la Península Ibérica remontan la mayor parte de sus antepasados a los primeros pueblos neolíticos que emigraron a la Península por la ruta mediterránea, mientras que las aportaciones posteriores de sus homólogos centroeuropeos fueron menores en esta región. Además, estos migrantes de la ruta mediterránea muestran una fuerte conexión genética con los habitantes modernos de la isla mediterránea de Cerdeña. Probablemente podemos considerar a los actuales sardos como descendientes relativamente directos de la gente que difundió las prácticas agrícolas en toda la región mediterránea hace unos 8.000 años.

También hemos podido descubrir que los primeros grupos de agricultores neolíticos que llegaron a Iberia estaban formados por un pequeño número de individuos. Hemos encontrado diferencias regionales sustanciales entre los primeros agricultores que poblaron Iberia a lo largo del tiempo, debido a la interacción y al intercambio genético entre los distintos grupos. Los primeros agricultores ibéricos muestran niveles significativamente bajos de diversidad genética, lo que indica que la primera oleada neolítica de migración que se estableció en la Península fue de un número relativamente bajo de individuos. Tras este período inicial de baja diversidad, las poblaciones recién llegadas crecieron en tamaño y se mezclaron con los cazadores-recolectores locales, aumentando rápidamente la diversidad genética en períodos posteriores (Calcolítico y Edad del Bronce). Además, el análisis del cromosoma X que hemos realizado en este trabajo apunta a que en esta primera migración participaron tanto hombres como mujeres, es decir, seguramente grupos familiares.

Los guerreros del Norte

Estudios recientes han demostrado que una segunda migración masiva de las poblaciones de la estepa póntica durante el final del Neolítico, el Calcolítico y la primera Edad del Bronce fue responsable de una importante renovación poblacional en Europa central y septentrional, sin embargo, en este trabajo mostramos que la influencia genética de esta migración esteparia en los europeos ibéricos prehistóricos fue menor y más tardía, notándose solamente a partir de la segunda Edad del Bronce. Las poblaciones de la primera Edad del Bronce Ibérico muestran todavía una baja proporción de ascendencia esteparia, lo que confirma que la historia genética de Iberia fue única, ya que ha sido influenciada en su mayor parte por la primera migración prehistórica asociada a la introducción de las prácticas agrícolas a través del norte mediterráneo. Es a lo largo de la Edad de Bronce cuando se produjo un importante aporte de población centroeuropea a la Península Ibérica, que además trajo consigo nuevas ideas y conocimientos, es decir, una nueva cultura (Los Yamna). Esta migración posiblemente también incluyó las primeras lenguas indo-europeas. Los restos arqueológicos de la edad del Bronce del yacimiento de El Portalón, en la Sierra de Atapuerca, también parecen apuntar a esta baja influencia inicial centroeuropea, aunque habrá que analizar más restos de este período para estar seguros.

Además, y al contrario que en la primera ola migratoria del neolítico, el análisis del cromosoma X muestra que poquísimas mujeres participaron en la amplia migración desde la estepa póntica que se produjo hace aproximadamente 5.000 años. Se estima que había diez varones por cada mujer durante la emigración. Esa diferencia en el porcentaje de mujeres sugiere que fueron procesos culturales y sociales diferentes los que provocaron las dos migraciones. La transición neolítica fue probablemente impulsada por familias completas, mientras que la posterior migración de la edad del Bronce y el correspondiente cambio cultural fueron propiciados esencialmente por hombres solos (guerreros?).

Una dieta homogénea en los agricultores ibéricos

En este trabajo también hemos podido investigar, a través de los análisis de isótopos estables, la dieta de estos agricultores neolíticos a lo largo de casi 4.000 años, corroborando que a pesar de la significativa interacción biológica entre grupos culturales diferentes, la economía agrícola se impuso y predominó desde el principio con continuidad a lo largo del tiempo. Aunque con el paso del tiempo vemos una influencia genética significativa de los indígenas cazadores-recolectores locales en los agricultores inmigrantes, la dieta de terrestre de estos primeros agricultores, característica de las culturas campesinas, no cambia y persiste temporal y geográficamente a lo largo de milenios.

Este estudio ilustra el gran potencial de la investigación interdisciplinar para comprender toda la complejidad de la prehistoria europea. En general, los resultados del trabajo enfatizan las diferencias entre las poblaciones más occidentales y sus equivalentes centroeuropeas, y subraya la necesidad de estudios regionales más detallados que revelen cada vez mejor la complejidad de las migraciones prehistóricas.