Autor: Ángela Pereda

El ser humano siempre ha buscado remedios para mitigar el dolor y las diversas consecuencias de enfermedades y heridas. El médico, farmacólogo y botánico de la antigua Grecia, Dioscórides describió un árbol que solamente nacía en un valle de Judea y en Egipto del que se obtenía un licor y opobálsamo de extraordinarias virtudes curativas. Se utilizaba principalmente como cicatrizante y vulnerario —para curar las llagas y heridas—, pero también para “facilitar el corto y embarazado anhélito”, la respiración corta y fatigosa. Los bálsamos fueron, en aquel momento, un remedio sustancial en la terapéutica que, debido a su rareza, ya desde la Edad Media motivó la búsqueda constante de otros remedios similares.

La medicina española que se practicaba en el siglo XVI experimentó un extraordinario desarrollo cuyo origen se encuentra en la época de los Reyes Católicos. En todos los acontecimientos más importantes y decisivos de dicha época estuvo presente la medicina —la guerra de Granada, las guerras de Italia, y el descubrimiento de América—. El descubrimiento del Nuevo Mundo supuso un cambio en la perspectiva del orbe, de la extensión y amplitud territorial, y con ella, de la naturaleza. Surgió un gran interés por ella, pero siempre ligado a la utilidad de los productos, y en el caso que nos ocupa se buscó un bálsamo americano que pudiera ser el sustituto del clásico, casi imposible de obtener ya en el siglo XVI.

Los remedios eran necesarios en aquellas expediciones de descubrimiento en que las flechas, los venenos, animales salvajes nunca vistos, las fiebres de los pantanos, las lluvias torrenciales (en ocasiones incesantes), el agotamiento, el calor asfixiante y el frio de las altas cumbres, todo ello unido a un hambre terrible, iba debilitando el cuerpo de los españoles y los sumía en una gran desesperanza.

Cristóbal Colón, en el segundo viaje (1493), se hizo acompañar de un experto, el doctor Diego Álvarez Chanca, médico de cámara de los Reyes Católicos. Este galeno relató el viaje, las islas descubiertas e interesantes noticias sobre plantas y animales propios de aquellos remotos parajes. Entre la tripulación que formaba parte de aquel viaje se hallaba Antonio de Villasante, un colono que logró obtener un bálsamo en la isla de La Española elaborado con plantas autóctonas y del que tuvo conocimiento a través de su mujer, una cacica indígena llamada Catalina de Ayahibex, y de su familia política, naturales de dicha isla. En el repartimiento de indios que tuvo lugar en la isla de La Española por Rodrigo de Alburquerque, en 1514, Villasante fue beneficiado, en la villa de Santo Domingo, con 43 indios de esta cacica, con la que posteriormente contrajo matrimonio. Lo que sí se puede afirmar es que los antiguos americanos, al igual que los europeos, intentaban buscar remedios a sus dolencias. Los cronistas descubrieron en sus cuadernos aquellos vegetales y sus cualidades lenitivas.

El primer bálsamo del que se obtuvieron unos resultados satisfactorios fue el que se elaboró a partir del goaconax de los taínos. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo relató la historia de su descubrimiento y fabricación siempre refiriéndose a Antonio de Villasante, a quien conoció personalmente, como la fuente de los datos aportados.

Villasante se trasladó a España para solicitar confirmación del monopolio sobre la explotación del bálsamo e hizo relación bajo juramento de todo lo que sabía del proceso de elaboración del producto y «droguerías» por su experiencia. Los árboles que proporcionaban este bálsamo se encontraban en la zona de Higuey, provincia de Salvaleón, a diecisiete leguas de la ciudad de Santo Domingo. Aquellos árboles se denominaban en la lengua aborigen boni, en otras provincias de indios guacuñaso, en Tierra Firme, canaguey, y en lengua castellana los denominaron del Bálsamo; por lo tanto, Villasante supo con certeza que se podían encontrar en otros lugares como en las islas de San Juan y Cuba, en otras islas y en tierra firme y apuntaba la posibilidad de que también los hubiera en Nueva España y Perú (como de hecho se comprobó). De estos árboles señaló que obtenía dos productos distintos: bálsamo y un tipo de aceite.

La aplicación terapéutica del bálsamo era variada: como cicatrizante en las heridas; para cerrar llagas aplicando la cantidad que los médicos y cirujanos conocían por su experiencia; para el dolor de estómago, ya que se podía beber mezclado con un poco de vino blanco; bebido también se decía provechoso para el hígado y el bazo. Su aplicación tópica era utilizada para calenturas y para aliviar el mal de gota. El bálsamo de Indias, junto a otras drogas, fue presentado al monarca Carlos V como un artículo de extraordinarias propiedades curativas y de valioso potencial económico.

Guaiacum officinale (árbol del bálsamo)

El 9 de noviembre de 1526 se expidió una Real Cédula que reconocía el monopolio de la venta de un bálsamo y drogas por Villasante descubiertas, además del reconocimiento que le había otorgado el almirante Diego Colón con la concesión de 100.000 maravedíes de juro perpetuo. Asimismo, se indicaba la obligación de obtener diez arrobas al año de este bálsamo, para lo que podría ayudarse de diez personas, y una cantidad superior de las otras drogas. Dichos productos debían ponerse en el “estado” idóneo para que se pudiera transportar a España como mercadería. Villasante y sus herederos, a partir de aquel momento, se beneficiarían de la décima parte del rendimiento del producto, siempre con el límite impuesto de los 200.000 maravedíes de renta anual. Para poder llevar con éxito la empresa, Visallante realizó un concierto con Pero Benito de Basiñana, mercader genovés asentado en Sevilla con los recursos económicos suficientes para ello; según dicho concierto, realizado por espacio de veinte años, los gastos y beneficios serían repartidos al 50%.

El procedimiento de Villasante para recoger el bálsamo y las drogas no era bien visto por todos los moradores de la isla. El licenciado Barreda informó al monarca de lo perjudicial que podía resultar para la salud pública la utilización de este bálsamo, si se tenía en cuenta un informe de los físicos de la isla. Era necesario demostrar que este producto tenía realmente propiedades terapéuticas. Para ello se reunió, en octubre de 1529, con García Pérez de Morales, cirujano y físico en la colación de San Salvador de Sevilla. El médico se obligaba a estudiar las propiedades terapéuticas del bálsamo y a experimentarlo con sus pacientes, a recoger por escrito las experiencias que debían publicarse en un libro — “Del bálsamo y de sus utilidades, para las enfermedades del cuerpo humano”, impreso en Sevilla en 1530 por Juan Varela de Salamanca—; García Pérez de Morales dedicó la publicación a D. Pedro Girón, duque de Osuna y conde de Ureña y compartió los resultados con sus colegas; por su trabajo, recibiría un estipendio de 200 ducados anuales.

Las dudas surgidas acerca de las propiedades reales del bálsamo, debido a las noticias que llegaban a la corte por parte de sus detractores, provocaron que se ordenara repartir, de forma gratuita, una cantidad de este producto entre una selección de hospitales, con la obligación de que los médicos y cirujanos que allí trabajasen recogieran por escrito sus experiencias y de que todos los informes fueran reunidos y estudiados. Los hospitales seleccionados fueron: el Hospital del Cardenal de Sevilla, el Hospital del Rey en Burgos, el Hospital de Santo Domingo de la Calzada, el Hospital de Santiago de Galicia y el Hospital Real de Granada. Todos los médicos y cirujanos que experimentaran con el bálsamo de Villasante recibirían un estipendio anual de 6.000 maravedíes. Esta paga no parecía suficiente a los profesionales que ponían reparos para hacer los informes tras la aplicación del producto a los pacientes. Por este motivo, se elevó el salario, como máximo, hasta los 50 ducados (18.750 maravedíes), según el rango de los profesionales.

Tras el conocimiento de este bálsamo en las islas, se elaboraron otros semejantes en Nueva

España y Perú. Todavía en el siglo XIX, con el sobrenombre de “Bálsamo de las Indias” se seguía utilizando para enfermedades del aparato respiratorio (contra los catarros pulmonares crónicos y en las bronquitis agudas) por tener como principales componentes el ácido benzoico y el cinámico; también se empleó en los problemas de laringe y en la tisis. Además, tuvo aplicación en problemas de piel para rebajar las inflamaciones en las dermatosis pruriginosas y tuberculosas, y en los enfermos de sarna. El siglo XX supuso una revolución en la medicina y otros fármacos desplazaron el uso del bálsamo de Indias, si bien en la actualidad aún podemos comprobar que se comercializan productos para la cosmética y medicina natural que utilizan el bálsamo del Perú: un aceite esencial que ayuda a tratar el estrés, la piel seca, dermatitis atópicas, pero que también se dice que es beneficioso en resfriados, congestión y tos.

Myroxylon pereirae (árbol del bálsamo de Perú)
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Algunos ejemplos de productos que tienen como principal componente el bálsamo de Indias o de Perú y se comercializan en la actualidad
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Este artículo de divulgación está extraído de un trabajo de investigación más extenso, titulado “Bálsamo, drogas y otros remedios. La capitulación realizada con Antonio de Villasante en 1528 para su explotación en La Española”, defendida en el X Simposio de la Asociación Española de Americanistas, que en colaboración con la Universidad de Valladolid, tuvo lugar en Valladolid, los días 12-14 de junio de 2019, y que se espera sea publicado en el futuro.

Las fuentes primarias utilizadas se encuentran en el Archivo General de Indias (Sevilla), en sus diferentes secciones, y el Archivo Histórico Provincial de Sevilla, en la Sección de Protocolos Notariales. Como fuentes secundarias se han consultado alrededor de cuarenta referencias bibliográficas entre libros y artículos.