¿En qué se parecen la Rusia revolucionaria y la España franquista? En 1917 Lenin afirmó que, de todas las artes, el cine era la más importante. Casi treinta años después, Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios, decretó el cine como industria básica para la economía nacional. Dos estados tan aparentemente diferentes compartieron un mismo planteamiento sobre el séptimo arte. Éste se convirtió para ambos no solo en el más popular y principal entretenimiento sino en la más eficaz herramienta para adoctrinar a la población.

Desde su llegada, en los últimos años del siglos XIX, el cine causó verdadera pasión entre los españoles.  No en vano, entre 1938 y 1948 se levantaron en el suelo de la capital treinta y ocho salas de proyección frente a veinticinco Iglesias. Este dato, en un país que se calificaba a sí mismo como “La reserva espiritual de occidente”, da buena cuenta de su popularidad y, sobre todo, de su importancia para el nuevo Estado.

Durante los años de posguerra hacer una película no era una tarea fácil. Cuando una productora deseaba realizar un filme debía entregar el guion a la Junta de censura  encargada de controlar todos los productos audiovisuales que se proyectaban en las salas de cine. Allí, el lector de guiones, así se llamaba el encargado de juzgar la idoneidad del mismo, tachaba, modificaba o incluso prohibía el proyecto. Muchos fueron los textos que se quedaron en el papel. Especialmente las historias truculentas o las de clavel y pandereta que reflejaban una España alejada de lo que el régimen quería transmitir. Así lo observó uno de estos prohombres cuando prohibió indignado la película La gitana rubia argumentando la necesidad de acabar con la desviación del auténtico cometido del cine obligado a difundir los mejores aspectos nacionales y empeñado en plasmar relatos sobre gitanos-burladores de la ley[1].

En ocasiones los censores también se encargaron de buscar soluciones narrativas a los problemas morales planteados en las películas. En 1944 se sometió a la arbitrio de la Junta la película El obstáculo que abordaba los amores adúlteros de un jefe y su ayudante.La censura consideró absolutamente inadmisible que ambos se hiciesen novios siendo él casado. Pero, todavía consideró peor, solucionar el problema con la muerte de la esposa premiando un adulterio mostrado casi como algo natural ante un repentino enamoramiento. Por esta razón el guion fue prohibido. Otra cosa hubiera sido, según señala el lector, si no se hubiera consumado la ilícita relación…[2]

Una vez rodada la película, ésta debía pasar de nuevo por la Junta quien podía cortar el metraje que considerara pertinente. La tijera podían acabar con fragmentos pequeños –algún término inapropiado o extranjero, imágenes poco aleccionadoras como chicas en traje de baño….- o podían incluir escenas completas. En este caso, los productores solían quejarse de esta medida argumentando que la mutilación de la obra le restaba coherencia.

En esta primera España nacional-católica la auto-represión era tal que, pese a lo que puede parecer, se realizaron muy pocas películas que abordasen temas de carácter político y religioso. En esos convulsos tiempo había que ser muy valiente –y tener mucho conocimiento del entramado del régimen- para adentrarse en tan espinosas cuestiones. Cuestiones que, por otro lado, no eran ni muy cinematográficas ni especialmente populares.

Esto provocó que la mayor parte de las historias que se produjeran en la España de los cuarenta fueran comedias románticas. Las pantallas patrias se poblaron de estupendas señoritas como Amparito Rivelles o Josita Hernán y divertidos galanes como Alfredo Mayo o Antonio Casal. Las ficciones de esta época mostraban, sobre todo, a jovencitas deseosas de encontrar un marido aunque siempre, claro está, dentro de los límites de la virtud. Una virtud controlada y muy vigilada por la Junta Censura cuya misión fue velar por la decencia y el honor de los espectadores. Especialmente de los femeninos.

Tras los aparentemente liberales tiempo de la Republica, donde éstas llegaron incluso a votar, la dictadura potenció un tipo de mujer tradicional. Relegada al hogar y con la clara misión de ser esposa y madre, la nacional fue considerada la garante de la moral de un país en plena reconstrucción. Por ello era especialmente importante vigilar las influencias que ésta recibía. No fueran a comportarse como las extrajeras, proclives a la promiscuidad e, incluso, al divorcio.  

El cine se convirtió, pues, en una especie de escuela de comportamiento moral donde los censores ejercían de estrictos maestros. El público femenino, entre almendras garrapiñadas y caramelos de toffee asimilaba, gracias a la reiteración de estereotipos,  los principios sobre lo que se asentaba la Nueva España.

Y es que, los personajes y las tramas de los filmes realizado durante estas décadas se repetían una y otra vez. El trío mujer-marido-amante, solía terminar con éste volviendo al hogar a los brazos de una callada y solícita esposa. La jovencita honesta que quería casarse conseguía, a base de tesón y decencia, conquistar al más esquivo de los hombres. La que no se había “sabido guardar” acaba embarazada y en el arroyo mientras su hijo era criado por desconocidos. Las chicas buenas tenían finales felices y las malas sufrían el desprecio y el ostracismo social. Cuando las luces de la sala se encendían todas –y todos- eran perfectamente conscientes de donde estaban los límites y cuáles eran las consecuencias de traspasarlos. 

Así pues las faldas se alargaron, los escotes se cerraron, se limitaron las escenas en zonas de baños o de baile y, sobre todo, se controlaron las efusiones amorosas de los personajes de ficción. Aunque eso no significó que se prohibiesen los besos. En las películas realizadas durante estos años pueden observarse un buen número de ellos. A veces incluso más de uno y entre personas que no están casadas. El análisis de los expedientes de censura de las película muestra que lo que se consideraba peligroso no era el hecho en sí -el beso- sino el erotismo, la incitación y la excitación que podía generar la promesa de un afecto más profundo. Las anotaciones que aparecen en los márgenes de los guiones no dejan lugar a dudas: “Cuidado” señalan con lápiz rojo los censores. Y es que hay besos y besos. Las alarmas solían saltar cuando éste era descrito como apasionado o profundo o iba acompañado de caricias y abrazos.  

A pesar de lo que pueda parecer, la principal función de la censura no fue prohibir. Dado su carácter ejemplarizante, su misión fue mostrar, a través de la repetición de patrones, tanto el comportamiento aceptado y aceptable como las nefastas consecuencias de romper las normas establecidas.

Era inevitable que los novios y las novias de la época, pese a las trabas existentes, acabasen consolidando su relación con un beso. Por eso era especialmente importante enseñar a las futuras esposas cómo debían besar y cómo debían reaccionar ante esta muestra de amor a través de la reiteración de un mismo modelo más recatado e inocente que los de Hollywood. No hay que olvidar que la española cuando besa… es que besa de verdad.

Las películas extranjeras también se vieron sometidas a un control por parte del  Estado. Al no poder intervenir en el proceso de producción, la Junta solía ser más estricta en los cortes. La idea de que las tierras más allá de los Pirineos eran casi como Sodoma y Gomorra caló hondo en un país en plena autarquía. No en vano y durante muchos años, los espectadores españoles pensaron que la célebre escena en la que  Rita Hayworth se quita el guante en Gilda no era más que el preludio de una tórrida secuencia prohibida por el régimen. Este supuesto –e inexistente- corte avivó la imaginación de un público que aunque suspicaz estaba ávido de emociones.

Durante más de la mitad del siglo XX, las películas que se proyectaron en todo Occidente estuvieron sometidas al control de diversos organismos de censura encargados, al igual que sucedía en España, de velar por la decencia de los espectadores. Aunque con evidentes diferencias, este tipo de coerción, siguió unos principios parecidos a los esgrimidos por la Junta nacional.  En la década de los cuarenta, El director de cine David Lean le preguntó al presidente del organismo de censura inglés porqué no podían mostrarse en las pantallas de cine escenas de un matrimonio en el dormitorio si en estas no había ningún contenido erótico. Éste respondió que el público sabía que no eran un verdadero matrimonio sino un hombre y una mujer que, sin tener ninguna relación afectiva, estaban juntos en la cama[3]… Este planteamiento, pese a ser británico, resumen perfectamente la función de la censura nacional.  Defender, incluso con planteamiento inimaginables, la limpieza y el decoro de las historias que veían los espectadores con el fin de transformarlos –especialmente a ellas- en auténticos españoles.


[1] A.G.A, Caja 36/04542, Expediente 104-40

[2] A.G.A, Caja 36/04542, Expediente 106-94

[3] Mathews, Tom Censored: what they didn´t allow you to see and why. The story of film censorship in Britain. London, Random, 1994 p. 118.