Autora: Amaya Cepa-Serrano y Davinia Heras Sevilla

No es lo mismo estar triste o enfadado, sentir vergüenza o ira, que experimentar miedo o alegría. Diferentes emociones que nos acompañan en situaciones de diversa naturaleza. A la largo de la vida, se aprende a interpretarlas, a gestionarlas e, incluso, a reconocerlas en los otros. Del éxito de este aprendizaje dependerá la futura adaptación social y el bienestar en la edad adulta.

En occidente el mundo de la razón ha eclipsado al emocional, sobrevalorando la inteligencia cognitiva. Sin embargo, el incremento de enfermedades mentales como la ansiedad y la depresión, alerta sobre el estado de la salud emocional de la ciudadanía. Se pone de manifiesto la inexorable necesidad humana del ser y del sentir. En consecuencia, en la última década se ha incrementado la producción científica sobre las emociones y la inteligencia emocional. Además, se está realizando una decidida apuesta por el tratamiento de estos temas en la escuela.

Cabe preguntarse: ¿qué es una emoción? Se trata de alteración del ánimo intensa y pasajera, producida por un hecho, que va acompañada de una respuesta somática. Esta alteración favorece que el ser humano se mueva, tome decisiones, en definitiva, que viva. Por tanto, todas las emociones son necesarias, innatas y naturales. Pueden ayudar en la comunicación, favorecer la anticipación a los problemas o contribuir al establecimiento de buenas relaciones interpersonales.

Ahora bien, existe una amplia variedad de emociones, pudiéndose distinguir entre emociones básicas, complejas y ambiguas (figura 1). Las primeras, emociones básicas, presentan una coherencia en la respuesta emocional, una universalidad en los eventos que las preceden, una expresión universal distintiva, un rápido inicio y una breve duración. Entre ellas, encontramos la alegría, la tristeza, el enfado y el miedo. Las segundas, denominadas emociones complejas o emociones sociales, no pueden entenderse al margen de las estructuras y de las reglas sociales en las que se producen. Es el caso de la vergüenza, la culpa, el orgullo, el deseo, los celos. Dentro de esta categoría, se deben subrayar las emociones complejas autoconscientes, puesto que provocan una valoración positiva o negativa del propio yo. Las terceras, las emociones ambiguas, son de carácter neutro, ya que según las circunstancias pueden ser positivas, negativas, saludables o no saludables. Es el caso de la sorpresa.

En todas ellas, salvo en las emociones ambiguas, se pueden diferenciar entre emociones positivas y negativas. En las primeras, la experiencia subjetiva se asocia con estados agradables y placenteros por el individuo. A nuestro juicio, son la alegría, el orgullo y el deseo. Las segundas, las emociones negativas, no pueden ser consideradas ni buenas ni malas, puesto que son fundamentalmente adaptativas. Se producen cada vez que se percibe que una meta se ha perdido, se está perdiendo o se perderá. En este caso, podemos hablar de tristeza, culpa, miedo, enfado, vergüenza y celos (figura 1).

Figura 1. Clasificación de las emociones

Desde el nacimiento, la comprensión del entorno y la interacción con este, están mediatizadas por la vivencia y experimentación de las emociones. Los recién nacidos ya son capaces de sonreír, expresar asco y exteriorizar malestar. Hacia el primer mes de vida manifiestan sorpresa, alegría y señales de miedo o tristeza. Las figuras de apego, generalmente las madres, regulan estas manifestaciones emocionales, utilizando juegos y desplegando expresiones de alegría, sorpresa, etc. La imitación se convierte, de este modo, en una importante fuente de aprendizaje. En el seno de la familia se establecen, además, los primeros vínculos emocionales y aprendizajes sociales.

Entre los tres y seis años se inicia una etapa clave en el desarrollo emocional del ser humano. Aparecen intereses, necesidades y retos desconocidos hasta ese momento. Se construyen nuevas formas de expresión y de relación con los demás. Empezar el colegio supone un importante desafío social. Destacan el establecimiento de nuevos vínculos, la comprensión de otros códigos sociales o la aparición de conflictos. Esta nueva etapa exige la utilización de habilidades sociales y emocionales novedosas o poco desarrolladas. Los menores han de conjugar su propia expresión emocional con la comprensión de las emociones del resto. Se inicia, de esta manera, el camino a la conciencia y regulación emocional.

La escuela supone un espacio privilegiado para el aprendizaje emocional, potenciando las competencias emocionales de niños y niñas. No es extraño, por ello, que en los últimos años estén proliferando programas intencionales y sistemáticos de educación emocional para Educación infantil. El objetivo de estas propuestas es promover el máximo desarrollo emocional en la infancia, es decir, la identificación, reconocimiento y regulación de las emociones. Se trata, por tanto, de proceso gradual que transita por diferentes fases. En la primera fase, los niños son capaces de reconocer las emociones en dibujos como los que aparecen en la figura 2. Posteriormente, serán capaces de identificar las emociones en personas reales, lo que supone un nivel mayor de reconocimiento emocional. En este caso, se recomienda trabajar con fotografías. En la figura 3, por ejemplo, han de identificar la expresión de alegría.

Figura 2. Reconocimiento de emociones a través de dibujos
Figura 3. Reconocimiento de emociones en fotografías.

Un salto cualitativo en el desarrollo emocional, es el reconocimiento de las emociones según el contexto o la situación en la que se produce. En la figura 4, el niño/a debe plantearse que expresión tendrá el protagonista de la imagen al que se le ha escapado un globo. Este ejercicio implica la toma de conciencia de las propias emociones, su adecuada designación y la comprensión emocional en el otro. En definitiva, lo que se denomina conciencia emocional.

Figura 4. Reconocimiento emocional en situaciones contextuales.

Una vez está alcanzado el reconocimiento emocional, la gestión emocional constituye la siguiente fase en este desarrollo. Es fundamental potenciar el autocontrol, a fin de manejar rabietas, enfados o posibles manifestaciones de ira. Se trata de regular la impulsividad  y desarrollar tolerancia a la frustración. En la figura 5, se puede observar cómo evaluar esta competencia. El alumno/a se enfrentará al reto de elegir entre dos tarjetas que suponen posibles respuestas ante una misma situación. En este caso, deberá plantearse si prefiere pensar antes de contestar a una pregunta o responder de manera impulsiva.

Figura 5. Gestión emocional.

La capacidad de ponerse en el lugar del otro, identificando las emociones de los demás, supone otro hito en el aprendizaje emocional. El desarrollo de la empatía es complejo en esta etapa, por ello, hay que plantear ejercicios con situaciones como la representada en la figura 6, a fin de que indiquen cómo se sienten los protagonistas de las ilustraciones.

Figura 6. Gestión emocional.

La empatía favorece la resolución de problemas cotidianos o permite, al menos, la adopción de una perspectiva social en la toma de decisiones. Aprender a identificar problemas y buscar soluciones viables a los mismos es el objetivo de ilustraciones como la siguiente (figura 7). En este caso, la pequeña va a ir a una fiesta y se ha manchado el vestido, el alumno/a deberá plantear qué se puede hacer en esta situación.

Promover el desarrollo emocional, y el tránsito por las distintas fases de este proceso, no sólo es necesario, sino que es posible. Como ya se ha indicado, existen programas y acciones formativas que facilitan estos aprendizajes en alumnado de Educación Infantil, existiendo evidencia científica de su eficacia.

El programa “Emo-Acción”, por ejemplo, es eficaz en el desarrollo de las competencias emocionales en alumnado de Educación Infantil. En concreto, en el reconocimiento de emociones, la regulación emocional, la empatía y la resolución de problemas. Este programa se ha revelado, además, como una opción potenciadora del desarrollo emocional en menores con necesidades específicas de apoyo educativo. Está dirigido al alumnado de 4 a 5 años, constituyendo una propuesta flexible y adaptable a las características de cada estudiante. Cuenta con un conjunto de actividades, talleres y juegos que facilitan la labor docente en el proceso de enseñanza-aprendizaje de las emociones, haciendo esta tarea divertida, lúdica y adaptada a edades tempranas.

El mundo emocional en la infancia es complejo, lleno de grandes retos y aprendizajes imprescindibles para la edad adulta. Por ello, en los hogares y en las escuelas hay que ofrecer herramientas que ayuden a los menores a identificar y gestionar las emociones, ejercitar la empatía y resolver de manera autónoma los problemas. No se debe olvidar, tampoco, la necesidad de trabajar las emociones en todas las etapas del desarrollo. No obstante, desde una perspectiva evolutiva y comprometida creemos fundamental educar lo emocional desde la infancia. De esta manera, no sólo las futuras generaciones gozarán de un mayor bienestar, sino se estará construyendo una sociedad más justa, crítica, equilibrada y, por qué no, más humana.

Con este artículo se pretende avanzar en la alfabetización científica sobre el desarrollo emocional, considerando que se trata de un ámbito del conocimiento relevante para la ciudadanía del siglo XXI, en especial, para las familias y el profesorado.