Autor: Ramón Viloria
Este artículo ha recibido el Segundo Premio del “IV Concurso de Artículos de Divulgación Científica” (2020-2021) de la Universidad de Burgos.
El sueño de Julio Verne, mucho antes de que el ser humano tuviera la capacidad tecnológica para abordar un viaje como el imaginado en “De la Terre à la Lune” (fotografía 1), es el sueño de los habitantes de este planeta por trascender, por superar los límites físicos de nuestro hogar terrestre, pero también un distintivo de la curiosidad humana, viajar lejos para llegar más allá en el conocimiento de lo que nos rodea. Escritores, locos, aventureros, astrónomos y visionarios han imaginado los viajes al espacio desde tiempos antiguos; la carrera espacial del siglo XX, competición entre las dos grandes superpotencias de la época, pareció finalizar con los exitosos 6 viajes Apolo a la Luna.

El sueño de Verne, el de Cyrano y el de Tintín se habían cumplido, pero la era de la exploración del Sistema Solar no había hecho más que comenzar. Dos naves, Pioneer 10 y 11, comenzaron su periplo en la década de los 70 rumbo al atractivo gigante gaseoso que era la más importante divinidad de los griegos. No apuntaron hacia el Olimpo, morada de Zeus, sino hacia ese planeta luminoso que sirvió a Galileo, con su recién construido telescopio, para afianzar la teoría de Copérnico y poner los cimientos de la ciencia moderna.
Rumbo a Júpiter a 14 km/s, las dos naves buscaban entender más de la extraordinaria atmósfera del planeta, con nubes que giran a velocidades propias de un huracán terrestre de categoría 5 casi de continuo y en muchas ocasiones las duplican. La fotografía 2, que podría estar colgada en una galería de arte moderno, muestra las turbulencias extremas que genera esa inquietante atmósfera. Hoy ya en los límites exteriores del Sistema Solar, las dos Pioneer y las dos Voyager, que partieron poco después, fueron descubriendo lo que los telescopios no podían mostrar, visitando y enviando fotografías y datos del resto de planetas gaseosos, Saturno, Urano y Neptuno.

Nuevas naves con destino a los numerosos satélites de esos planetas comenzaron a revelar algunos lugares fascinantes del universo. Nos vamos a detener en Ío, el satélite de Júpiter más cercano a su superficie y el más pequeño de los cuatro satélites galileanos, visibles con el más simple de los telescopios: Ío, Europa, Ganímedes y Calisto. Pero Ío es único en el Sistema Solar por su gran actividad geológica: posee más de 200 enormes calderas volcánicas. Las incesantes erupciones liberan SO2 gaseoso que se congela y deposita sobre su superficie, ofreciendo un colorido paisaje helado (fotografía 3). Sus plumas volcánicas se elevan muchos kilómetros sobre el suelo, aportando gases a una tenue y variable atmósfera que apenas se puede considerar como tal. En Ío se han fotografiado enormes ríos de lava corriendo por su superficie, y su incesante actividad hace pensar en la existencia de un océano de magma bajo su suelo congelado.

Las naves espaciales que han explorado los satélites de Saturno nos han descubierto otros mundos sorprendentes. Encélado es uno de ellos. A pesar de ser un gigante en la mitología griega, este satélite descubierto por William Herschell en 1789 sólo tiene 504 km de diámetro. Es un reino helado que posee el mayor albedo del sistema solar (refleja cerca del 99% de la radiación incidente), debido a que su superficie, a una temperatura de -195ºC en la cara iluminada por el Sol, es hielo procedente del agua en forma de vapor que expulsan los numerosos géiseres, más de 100, encontrados por la sonda Juno (fotografía 4). Lo más increíble es que se supone que esa agua procede de un enorme océano líquido que existe bajo la corteza helada, llena de surcos y cráteres y que presenta fracturas por donde esos volcanes helados emiten grandes cantidades de materia, en algún caso moléculas orgánicas. Especular con la presencia de alguna forma de vida en ese océano que oculta Encélado es algo quizá aventurado y que futuras misiones intentarán desvelar.

Ni Giovanni Cassini, descubridor de 4 satélites y de la división principal del anillo de Saturno, ni Christiaan Huygens, destacado físico y descubridor de Titán, pudieron imaginar en el siglo XVII que dos naves partirían casi en el fin del milenio a explorar esos mundos que ellos comenzaron a investigar. Y que serían nombradas en su honor: la sonda orbital Cassini y el módulo de descenso Huygens, que aterrizó sobre la superficie de Titán en enero de 2005. Lo que hoy conocemos de Titán, el segundo satélite más grande del Sistema Solar, es tan fascinante que supera los mejores escenarios imaginados en algunas famosas sagas cinematográficas. Posee una atmósfera en cierta forma similar a la nuestra, con abundancia de nitrógeno; en ella hay nubes, y también lluvia. Pero en Titán llueve metano líquido, en gruesas gotas de cerca de 1 centímetro. Es lo más parecido a nuestro ciclo hidrológico, pues el satélite posee océanos y lagos de hidrocarburos, etano y metano principalmente. Las fotografías enviadas en el descenso de Huygens recuerdan la costa terrestre recortada sobre un mar oscuro, vista desde un avión de la primera guerra mundial.
Mientras esos lejanos mundos descritos, tan espectaculares y atrayentes, siguen aportando nuevos datos a nuestro conocimiento, hemos vuelto recientemente la mirada a uno más cercano, más parecido a nuestro planeta Tierra, conocido por todas las civilizaciones antiguas. El planeta Marte se puede observar a simple vista, en ocasiones tan brillante como en la oposición del pasado octubre. En 1877, observando con telescopio el planeta (y con una gran capacidad de invención), Giovanni Schiaparelli dibujó una superficie de Marte cubierta de canales, y esos esquemas dieron origen a creer en la existencia de vida inteligente en Marte. Marte rojo, Marte dios de la guerra, Marte –y sus habitantes, de color verde- siempre en la literatura, en la ciencia ficción, también en la poesía o, recientemente, en el cine. Ya son varios las naves enviadas desde la Tierra que habitan inhóspitos parajes del planeta, que cuenta con espectaculares formaciones como Olympus Mons, montaña de origen volcánico de 26 km de altura o Valles Marineris, el cañón que es 10 veces más largo y cuatro más profundo que el Gran Cañón del Colorado.
Hace pocas semanas una nueva nave, Perseverance, se ha posado en la superficie de Marte, aunque ahora las redes sociales han amplificado extraordinariamente el éxito del descenso. Es un rover dotado de la más sofisticada tecnología, ya muy lejos de los rover tripulados (LRV, Lunar Roving Vehicle) que recorrieron casi 100 km de la Luna en las 3 últimas misiones Apolo. Cámaras de alta definición, sensores meteorológicos, micrófonos, estudios de tipo geológico, toma de muestras del suelo para ser recogidas por naves futuras o incluso un pequeño helicóptero que, en la época de los drones, enriquecerá con una nueva perspectiva lo que sabemos del planeta. La búsqueda de posibilidades de algún tipo de vida es uno de los motivos que hacen estas misiones tan cautivadoras, y desde el punto de vista científico van mucho más allá de las fotografías que llegan al gran público en los tuits que cualquiera de nosotros puede recibir en su móvil. Ahora somos amigos o seguidores en redes de Perseverance como hace 6 años lo fuimos de Rosseta, la nave que se posó, a duras penas, en el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko y nos envió sorprendentes imágenes de esa bola de nieve sucia.
Saber si en Marte surgió algún tipo de vida en el pasado, en efecto, ese es uno de los objetivos del robot Perseverance, que ya se mueve lentamente por la superficie del cráter Jezero (fotografía 5); su nave gemela Curiosity mostró que el agua líquida ha corrido por la superficie del planeta en épocas muy remotas. Y algunos experimentos de la nueva nave tienen relación con las necesidades de posibles viajes futuros tripulados. Otra perspectiva fascinante.

Mucho está aún por descubrir y la distancia no importa. Sean nuestros vecinos cercanos o exoplanetas a años luz, la curiosidad humana no tiene límites. Presente y futuro se confunden.
Bibliografía
- IRWIN, Patrick. Giant planets of our solar system: atmospheres, composition, and structure. Springer Science & Business Media, 2009.
- SÁNCHEZ-LAVEGA, Agustín. An introduction to planetary atmospheres. Taylor & Francis, 2010.
- SCHENK, Paul. Atlas of the Galilean satellites. Cambridge University Press, 2010.
- https://danielmarin.naukas.com/author/eureka-blog/